DIOS POR NOSOTROS: Capítulo 3

1-EL DON DE SU HIJO Podemos afirmar con toda seguridad que el pensamiento de que tales beneficios pudieran extenderse a todo el mundo nunca se le había ocurrido a quien había sido adiestrado en los principios estrechos del sistema legal. Por tanto, debió de hacérsele muy extraño a sus oídos escuchar a “un maestro venido de Dios” declarando el grandioso hecho de que Dios no amaba únicamente a la nación judía, ni siquiera a una porción especial de la raza humana, sino “al mundo”. No hay duda de que tal afirmación hubo de aumentar bastante el asombro que este maestro de Israel sintió al oír que él mismo, con todos sus privilegios religiosos, necesitaba nacer de nuevo para ver el reino de Dios y entrar en él.¿Acaso negamos o ponemos en duda la gran verdad de la predestinación, la elección o el llamamiento eficaz? ¡Que Dios no lo permita! Sostenemos estas verdades como pertenecientes a los principios fundamentales del verdadero cristianismo. Creemos en los consejos y propósitos eternos de nuestro Dios, en sus inescrutables decretos, en su amor electivo, en su misericordia soberana. Pero, ¿acaso alguna de estas cosas, o todas ellas juntas, presentan el menor obstáculo a las actividades misericordiosas de la naturaleza de Dios, o a ese amor divino que fluye en dirección a un mundo perdido? De ningún modo. Dios es amor. Esta es su naturaleza, y esta naturaleza ha de expresarse con respecto a todos. La equivocación está en suponer que, porque Dios tiene sus propósitos, consejos y decretos, porque es soberano en su gracia y misericordia, porque ha escogido desde toda la eternidad un pueblo para su alabanza y gloria, porque los nombres de los redimidos, de todos los redimidos, están escritos en el libro de la vida del Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo, no puede, por consiguiente, decirse que Él ama a toda la humanidad, al mundo; y, más aún, que las buenas nuevas de una salvación plena y gratuita de parte de Dios no deberían ser proclamadas a los oídos de “toda criatura debajo del cielo”. El hecho sencillo es que las dos líneas de verdad, aunque tan perfectamente distintas, están expuestas con igual claridad en la Palabra de Dios; ninguna de las dos se opone, en el menor grado, a la otra, sino que ambas van de la mano para formar la bella armonía de la verdad revelada y poner de relieve la gloriosa unidad de la naturaleza divina. Ahora bien, el predicador del evangelio tiene que proclamar especialmente las actividades de la naturaleza de Dios y las efusiones de su infinito amor. En esta bendita obra, no debe ser sofocado, ni mutilado ni limitado por cualquier referencia a los secretos propósitos y decretos de Dios, aun cuando esté plenamente consciente de que existen. Su misión es para el mundo entero. Su tema es la salvación, una salvación tan plena como el corazón de Dios, tan permanente como el trono de Dios, tan gratuita como el aire: gratuita para todos, sin ninguna excepción, limitación ni condición. La base de su obra es la muerte expiatoria de Cristo, la cual ha retirado del camino todas las barreras y abierto las compuertas para que la poderosa marea del amor divino pueda inundar, con toda su plenitud, riqueza y bendición a un mundo perdido y culpable. Continuará...

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