DIOS POR NOSOTROS Capítulo 7

“Si yo no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado” (Juan 15:22). La luz que brillaba en sus santos caminos sólo revelaba las tinieblas morales del hombre, de Israel y del mundo. De aquí se sigue, pues, que si hubiese venido meramente para vivir y obrar aquí durante 33 años, y marcharse al cielo, nuestra culpabilidad y oscuridad moral habría quedado plenamente demostrada, pero no habría sido hecha ninguna expiación. “La misma sangre hará expiación de la persona” (Levítico 17:11). “Sin derramamiento de sangre no hay remisión”.Esta es una de las grandes verdades fundamentales del cristianismo, que ha de ser afirmada constantemente y sostenida tenazmente. Hay en ella un inmenso poder moral. Si es cierto que todo lo que el Hijo de Dios hizo en vida —sus lágrimas, oraciones, gemidos y suspiros—, si todas esas cosas juntas no podían borrar ni una pizca de culpa, entonces ¿no hay motivo legítimo para que nos preguntemos qué valor puede haber en nuestras obras, lágrimas y oraciones, en nuestros servicios religiosos, ordenanzas, sacramentos y ceremonias; en toda la gama de actividades religiosas y reformas morales? ¿Pueden tales cosas servir para expiar nuestros pecados y darnos una posición de justicia delante de Dios? Sólo el pensarlo es una monstruosidad. Si alguna de esas cosas, o todas ellas juntas, pudiese valernos, ¿para qué, entonces, la muerte sacrificial y expiatoria de Cristo? ¿Para qué ese sacrificio inefable e inestimable, si alguna otra cosa podía haber servido? Pero quizá diga alguien que, aun cuando ninguna de esas cosas valga sin la muerte de Cristo, con todo, deben agregarle algún valor. ¿Para qué? ¿Para que tenga pleno valor aquella muerte sin par, aquella sangre preciosa, aquel sacrificio sin precio? ¿Es para eso? ¿Habrá que poner en la balanza la basura de las acciones humanas, de la justicia del hombre, para hacer que el sacrificio de Cristo tenga pleno valor a juicio de Dios? Sólo el pensarlo es una blasfemia absoluta.¿Es que no tiene que haber obras buenas? Sí, por cierto; pero, ¿en qué consisten? ¿En acciones piadosas, esfuerzos religiosos, actividades morales de una naturaleza no regenerada, inconversa, incrédula? ¡No! ¿En qué, pues? ¿Cuáles son las obras buenas del cristiano? Son obras de vida, no obras muertas. Son el fruto precioso de una vida ya poseída: la vida de Cristo en el creyente verdadero. No hay absolutamente nada bajo la bóveda del cielo que pueda ser aceptable a los ojos de Dios como obra buena, excepto el fruto de la gracia de Cristo en el creyente. La expresión más tenue de la vida de Cristo en la vida diaria de un cristiano es fragante y preciosa para Dios. Pero las obras más espléndidas y gigantescas de un incrédulo son, a los ojos de Dios, únicamente “obras muertas”. Continuará...

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