DIOS POR NOSOTROS Capítulo13

4- EL DESCENSO DEL ESPÍRITU SANTO También aquí hemos de limitarnos a un solo punto de aquel hecho glorioso: la forma en que descendió ese augusto testigo, el Espíritu eterno. Abra el lector la Biblia en el capítulo segundo de Hechos. “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual toda llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”. Aquí, pues, señalamos un hecho especial —un hecho del mayor interés—, referido tres veces en la cita que precede, y es éste: Que el Espíritu Santo descendió para hablarle a cada hombre “en su propio dialecto”; no meramente en el dialecto en que había sido educado, sino “en el que había nacido”: en la misma lengua en que su madre le había susurrado por primera vez a sus oídos de niño pequeño, los acentos suaves y tiernos del amor de una madre. Continuará...

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