EL MINISTERIO DE CRISTO Capítulo 5

INTRODUCCION (Éxodo 21:1-6; Juan 13:1-10; Lucas 12:37) “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Tomemos otra ilustración. Cuando David, en ese notable pasaje del capítulo 7 del segundo libro de Samuel, recordaréis, se sentó en su casa de cedro y contempló a su alrededor todo lo que el Señor había hecho por él, en un sentimiento de gratitud dijo dentro de sí: «Me levantaré ahora y edificaré una casa a Su nombre.» De inmediato, el profeta Natán recibió de parte de Dios un mensaje para corregir a David sobre este punto, diciéndole: «Tú no me edificarás una casa, sino que yo te edificaré una casa a ti.» Debéis invertir el tablero. Dios quiere que os sentéis y contempléis más atentamente sus actos en favor de vosotros. Quiere que consideréis no sólo el pasado y el presente, sino también el porvenir glorioso delante de vosotros; toda vuestra vida alcanzada por su magnífica gracia. Y ¿qué efecto tuvo todo esto en el corazón de David? Hallamos la respuesta en esa lacónica pero significativa declaración: “Entonces el rey David fue y se sentó delante de Jehová, y dijo: ¿Quién soy yo?” (2.º Samuel 7:18; V.M.). Notad su actitud, y sopesad la pregunta que hace. Ambas están llenas de significado. Él “se sentó”; ello era reposo, dulce reposo. David habría querido poner manos a la obra demasiado pronto; «no —le fue respondido—, siéntate y considera mis obras y actos en favor de ti en el pasado, el presente y el futuro». Entonces, viene la pregunta: “¿Quién soy yo?” Aquí vemos el bendito hecho de que el yo, por el momento, fue perdido de vista. El brillo de la revelación divina eclipsó el yo de David. La gloria de Dios y la rica magnificencia de Sus actos en favor de su siervo hicieron a un lado el yo de David y la pobreza e insignificancia de sus actos. Puede que algunos hayan pensado que David actuó como un hombre activo e inteligente cuando se levantó para tomar la paleta de albañil a fin de construir un templo a su Dios; mientras que podían considerarlo un inútil y haragán al permanecer sentado cuando había muchas obras para hacer. Pero, queridos hermanos, recordemos que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos. Él aprecia nuestra adoración muy por encima de nuestro trabajo. Continuará...

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