EL MINISTERIO DE CRISTO Capítulo 10

1- EL MINISTERIO DE CRISTO EN EL PASADO No podríamos estimar la importancia de insistir en el hecho de que no había nada que impusiera a Cristo la necesidad de soportar la ira de Dios y de sufrir la cruz. No había en su persona, en su naturaleza ni en sus relaciones ninguna causa que lo hiciera digno de muerte. Él era el Hijo eterno, Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. En su humanidad era puro, sin pecado, sin tacha, perfecto. Siempre hacía las cosas que agradaban al Padre; le glorificó en la tierra y acabó la obra que le había sido dada que hiciese; nos salvó, de tal forma que glorificó a Dios de la manera más admirable. Para servirnos de la expresión típica del Éxodo, él era personalmente libre; pero, os pregunto, amados, si él no hubiera sacrificado esta libertad, ¿dónde estarían vuestro lugar y el mío? Inevitablemente en el lago de fuego y azufre por los siglos de los siglos. A todos los creyentes, el Espíritu Santo se complace en dar testimonio de estas cosas, tal como lo ha expresado dulcemente uno de nuestros poetas: De tu competencia perfecta Para desempeñar el papel de Salvador El Espíritu Santo atesta De los creyentes a cada corazón ¡Qué gran verdad!; y sería igualmente cierto si dijéramos: «Tu competencia perfecta para desempeñar el papel de siervo», por cuanto ello estaba a la altura de su gloria y era conforme a la dignidad de su persona. La gloria de donde Cristo descendió, fue aquello que lo hizo apto para inclinarse hasta las partes más bajas de la condición humana, a fin de que no quede ninguna necesidad —tanto de la vida del pueblo como de la bajeza de su condición— que Él no pudiese satisfacer plenamente en Su maravilloso carácter y en Su divino ministerio de siervo de las necesidades de su pueblo. Continuará...

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