EL MINISTERIO DE CRISTO Capítulo 6

INTRODUCCION (Éxodo 21:1-6; Juan 13:1-10; Lucas 12:37) “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Por cierto que sólo el verdadero e inteligente adorador puede ser un verdadero e inteligente obrero. No cabe duda de que Dios, en su infinita gracia, acepta nuestros débiles servicios, aun cuando estén marcados —como tan a menudo lo están— con el sello de nuestras tan variadas equivocaciones. Pero si se trata de comparar el valor del servicio con el de la adoración, el primero debe ceder el lugar a esta última. Amados, bien sabemos que cuando nuestra breve jornada de trabajo haya concluido, entonces comenzará nuestra eternidad de adoración. ¡Qué dulce y solemne pensamiento! Que ninguno de vosotros, lo digo una vez más antes de abandonar esta parte de nuestro tema, vaya a temer en lo más mínimo que el efecto práctico de lo que he venido exponiendo es el de ataros de manos en vuestro servicio o induciros a quedaros de brazos cruzados en una fría indiferencia o una culpable indolencia. Todo lo contrario, y lo podéis comprobar en la historia de David mismo. Estudiad en algún rato libre y tranquilo 1.º Crónicas 28 a 29, y hallaréis no sólo un espléndido ejemplo de lo que es el servicio, sino también una respuesta concluyente a todos los que quisieran colocar el servicio delante de la adoración. Allí vemos, por decirlo así, al rey David presentándose, primero en la actitud de un adorador; luego, en la de un obrero; reúne inmensos materiales para edificar esa casa de la que no se le permitió colocar una piedra. Y toda su obra no sólo estaba de acuerdo con la grandeza y la santidad del lugar, sino que era una necesidad real de su corazón. “Por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario, he dado para la casa de mi Dios: tres mil talentos de oro, de oro de Ofir, y siete mil talentos de plata refinada para cubrir las paredes de las casas” (1.º Crónicas 29:3-4). En otras palabras, como lo expresaríamos comúnmente, él dio de su propio bolsillo la regia suma de 3.000 talentos[1] para la casa que iba a ser levantada por mano de otro. Esto, tal como él nos lo dice, era aparte “de todas las cosas que había preparado para la casa del santuario”. Así pues, vemos que sólo se puede ser un siervo eficaz cuando se es un verdadero adorador. Sólo después de habernos sentado y contemplado lo que Cristo hizo por nosotros, podemos, en alguna pequeña medida, actuar para él. Entonces, y sólo entonces, podemos decir como David cuando consideraba los incalculables tesoros preparados para construir la casa de Dios: “Todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1.º Crónicas 29:14).

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