EL MINISTERIO DE CRISTO Capítulo 16

2- EL MINISTERIO DE CRISTO EN EL PRESENTE Todas estas verdades llenan el alma de poderosos consuelos. Nos hallamos atravesando un mundo de pecado, donde a cada paso contraemos manchas de uno u otro tipo, que si bien no pueden tocar nuestra vida eterna, sí pueden afectar muy seriamente nuestra comunión. Sabemos que es imposible pisar el umbral del divino santuario con los pies sucios. De ahí la dicha inefable de tener siempre a Uno en la presencia de Dios por nosotros; a Uno que, habiendo atravesado la escena de este mundo, conoce su verdadero carácter, y que, al haber venido de Dios y retornado a Dios, conoce Sus reclamos en toda su magnitud, y puede bastar a todo lo que es necesario para mantenernos en una entera comunión con Él. La provisión es divina y perfecta. Ni el pecado ni la impureza pueden jamás ser hallados en la presencia de Dios. Nosotros podemos restar importancia a lo uno o a lo otro, pero Dios lo trata como lo que es. Y la santidad que requiere una pureza absoluta, brilla con un resplandor tan vivo como la gracia destinada a proveerla. La gracia ha provisto los medios de purificación, pero la santidad demanda la aplicación de los mismos. La bondad de Dios había provisto la fuente de bronce para los sacerdotes de antaño; pero la santidad de Dios exigía que hicieran uso de esa fuente. El gran lavamiento que los sacerdotes debían realizar el día de su consagración, los introducía en el oficio sacerdotal; el lavamiento llevado a cabo en la fuente de bronce, los hacía aptos para cumplir los deberes de ese oficio. ¿Habrían podido cumplir un servicio sacerdotal aceptable con las manos impuras? ¡Imposible! Con la misma verdad, podemos decir que es imposible que marchemos en la senda de la santidad, si nuestros pies no son lavados y enjugados por Aquel que se ciñó para servirnos perpetuamente en este importante oficio. Todo esto es muy simple, divinamente simple. En el cristianismo existen dos vínculos: el vínculo de la vida eterna —que jamás puede romperse—, y el vínculo de la comunión personal, que puede ser roto en cualquier instante del día por el peso de una pluma. Ahora bien, nuestra comunión se mantendrá inquebrantable, siempre y cuando nuestros caminos sean purificados por la santificante acción de la Palabra, acompañada de la eficacia del Espíritu Santo. Continuará...

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