EL MINISTERIO DE CRISTO Capítulo 19

2- EL MINISTERIO DE CRISTO EN EL PRESENTE Si realmente deseamos gozar la comunión con Cristo, debemos permitir que él nos lave los pies momento a momento. No podemos pisar los impecables atrios del santuario de Dios con los pies sucios, como tampoco entrar en él con una conciencia sucia. Así pues, sometamos nuestros caminos continuamente a la acción purificadora de la preciosa Palabra de Dios. Pongamos de lado todo aquello que la Palabra condena; abandonemos toda posición, toda asociación y toda práctica que ella condena, para que mantengamos así nuestra santa comunión con Cristo en su frescura e integridad. Nada es más peligroso que jugar con el mal, cualquiera sea la forma en que se presente. En su gracia, Dios soporta nuestra ignorancia; pero una resistencia deliberada a su Palabra, en un punto cualquiera, acarreará seguramente resultados desastrosos. El corazón se endurece, la conciencia se vuelve insensible, el sentido moral se embota y todo el ser moral cae en una muy deplorable condición. Si nos alejamos del Señor, haremos naufragio en cuanto a la fe y a una buena conciencia. ¡Quiera el Señor guardarnos cerca de él, andando con él con conciencias delicadas y corazones rectos. ¡Ojalá que su Palabra ejerza un vivo poder formativo en nuestras almas, para que así nuestros caminos sean siempre purificados según los reclamos de la santidad del santuario. La Fuente De La Acción Del Señor Por Los Suyos Pasemos ahora a la fuente de esta acción. Esta fuente nos es presentada con patético poder y dulzura en el primer versículo del capítulo 13 de Juan: “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” Aquí tenemos, pues, queridos hermanos, la fuente inagotable de donde procede el ministerio actual de Cristo: el inmutable amor de su corazón, un amor más fuerte que la muerte, y que las muchas aguas no podrán apagar. “Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:25-26). Continuará...

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