EL MINISTERIO DE CRISTO Capítulo 24

2- EL MINISTERIO DE CRISTO EN EL PRESENTE Ahora bien, es tal la armonía que existe en las Escrituras —y yo diría incluso que ello constituye una de sus más brillantes glorias morales—, que una verdad ajusta el poder de la otra. Por eso, mientras que la Palabra de Dios establece claramente el hecho de que el creyente está completo en Cristo, justificado de todas las cosas, que es hecho acepto en el Amado y que está “todo limpio”, también establece, con no menos claridad y fuerza, este otro gran hecho: que el creyente es en sí mismo una pobre y débil criatura, que está expuesto a diversas tentaciones, a innumerables trampas y a influencias hostiles; que está sujeto al error y al mal; que es incapaz de guardarse a sí mismo y de luchar con las dificultades y peligros que le rodean, y que puede, a cada paso, contraer manchas que lo inhabilitarían para gozar de la comunión y la adoración del santuario. ¿Cómo, pues, habríamos de enfrentar estas cosas? ¿Cómo podría el creyente ser guardado ante ellas? Expuestos, como estamos, a los ataques de un enemigo poderoso y astuto, llevando en nosotros una mala naturaleza y enfrentando a cada paso las hostilidades de un mundo que nos es contrario, ¿quién nos guardará de caer? ¿Quién nos hará volver de nuestros extravíos? ¿Quién nos levantará en nuestras caídas? La respuesta cierta a todas estas preguntas la hallamos en estas inspiradas expresiones: “Viviendo siempre para interceder por nosotros”. “Puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (Hebreos 7:25). Seremos “salvos por su vida” (Romanos 5:10). “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Juan 14:19), y en fin: “Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1.ª Juan 2:1). ¡Cómo se deleita el corazón al considerar y enunciar semejantes expresiones! Ellas son “meollo y grosura” que sacian el alma. ¿Cómo en presencia de tales declaraciones —por no decir nada de las propias experiencias con respecto a sí mismo y a las circunstancias imperantes— puede alguien cuestionar esta gran verdad fundamental del sacerdocio de Cristo, en su aplicación actual al creyente? ¡Ayayay, no podríamos dar cuenta de los errores en que podemos caer cuando damos rienda suelta a nuestra mente y no dejamos que las Santas Escrituras ejerzan toda su divina autoridad sobre nosotros! Y podemos verdaderamente decir que una muy palpable prueba de nuestra necesidad de la intercesión de Cristo la podemos hallar en el triste hecho de que alguno de sus siervos niega dicha necesidad. Para terminar este punto, sólo quisiera advertir a todos los santos de Dios con respecto al tan funesto error de negar nuestra continua necesidad del ministerio sacerdotal, la preciosa intercesión y la abogacía plenamente eficaz de nuestro Señor Jesucristo; error que sigue, en cuanto a su importancia, a aquel que niega la necesidad de la obra expiatoria de Cristo. Pues seguramente la necesidad de su sacerdocio sigue en importancia a la necesidad de su sangre expiatoria: porque si bien esta obra redentora da la seguridad a nuestras almas, el sacerdocio de Cristo las mantiene en un estado de seguridad y paz duraderas.

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