EL REMANENTE Capítulo 5

1- EL REMANENTE EN LOS TIEMPOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO Tenemos aquí la base moral de la notable carrera de Josías, y, seguramente, no vemos en ella nada que tuviera traza de presunción. Un corazón contrito, ojos llorosos y vestidos rasgados no son indicios de presunción ni de confianza propia. No; estas cosas son los preciosos resultados de la acción de la Palabra de Dios en el corazón y en la conciencia, que produce una vida de profunda devoción personal, cuya contemplación está llena de consuelo y edificación para nosotros. ¡Ojalá que ello abunde más y más entre nosotros! El corazón verdaderamente lo anhela; y ojalá que la Palabra de Dios resuene en todo nuestro ser moral, de tal manera que en vez de conformarnos a la condición de cosas que nos rodea, podamos elevarnos por encima de ellas para caminar sobre ellas como testigos de la eterna realidad de la verdad de Dios y de las imperecederas virtudes del nombre de Jesús. Pero debemos dejar atrás la interesante historia de Josías y presentar al lector más ilustraciones que confirman nuestro tema. Tan pronto como este amado siervo de Dios abandonó la escena de este mundo, toda traza de su bendecida obra desapareció, y la ascendente marea del juicio —contenida durante todo ese tiempo por la paciente misericordia de Dios— arrasó entonces la tierra elegida. Jerusalén quedó convertida en ruinas, el templo fue consumido por las llamas y todos los que pudieron escapar de la muerte fueron llevados cautivos a Babilonia. Allí colgaron sus arpas sobre los sauces y derramaron sus lágrimas por el brillo empañado de sus días pasados (véase el Salmo 137). Continuará...

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