EL REMANENTE Capítulo 7

1- EL REMANENTE EN LOS TIEMPOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO ¿Puede haber algo más excelente que esto? ¡Qué consuelo para el amado pueblo del Señor, en los días más oscuros, asirse con tesón de la Palabra de Cristo y no negar su precioso nombre! ¿No es de lo más alentador y edificante hallar durante esos lóbregos días de la cautividad en Babilonia un puñadito de hombres fieles andando en santa comunión en el camino de la separación y de la dependencia? Ellos permanecieron fieles a Dios en el palacio del rey, y Dios estuvo con ellos en el horno de fuego y en el foso de los leones, y les confirió el elevado privilegio de estar ante el mundo como siervos del Dios Altísimo. Rehusaron la comida del rey; no quisieron adorar la imagen del rey; guardaron la Palabra de Dios y confesaron su nombre sin medir en absoluto las consecuencias. No dijeron: «Debemos ponernos a tono con los tiempos; hacer lo que todo el mundo hace; no hace falta aparecer como extraños ante los demás; debemos someternos exteriormente al culto público, a la religión oficial del país, guardando para nosotros mismos nuestras opiniones personales; no somos llamados a oponernos a la fe de la nación. Si estamos en Babilonia, debemos conformarnos a la religión de Babilonia.» Gracias a Dios, Daniel y sus amados compañeros no adoptaron esta política detestable y acomodaticia. No; y es más, tampoco esgrimieron el pretexto del completo fracaso de Israel como nación con el objeto de hacer descender el nivel de la fidelidad individual. Ellos sintieron esta ruina, y no podían menos que sentirla. Confesaron sus pecados y el pecado de la nación toda; sintieron que no les convenía otra cosa que el cilicio y las cenizas; pusieron todo su ser moral bajo el peso de estas solemnes palabras: “Te perdiste, oh Israel” (Oseas 13:9). Todo esto, lamentablemente, era muy cierto. Pero no constituía una razón para contaminarse con la comida del rey, adorar su imagen o renunciar al culto debido al único Dios vivo y verdadero. Continuará...

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