COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 9

Tomo I 3- CRISTO EN LA BARCA ¡Profundo misterio! El que hizo el mar y podía sostener los vientos en su mano todopoderosa, dormía allí, en la popa de la barca, y dejaba que el viento le tratase sin más miramientos que a un hombre cualquiera. Tal era la realidad de la naturaleza humana de nuestro bendito Señor. Estaba cansado, dormía, y era sacudido en medio de ese mar que sus manos habían hecho. Detente, lector, y medita sobre esta maravillosa escena. Ninguna lengua podría hablar de ella como conviene. No podemos detenernos más en este punto; sólo podemos meditar y adorar. Como ya lo hemos dicho, la incredulidad de los discípulos fue la que hizo salir a nuestro bendito Señor de su sueño. “Y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Marcos 4:38). ¡Qué pregunta! “¿No tienes cuidado?” ¡Cuánto debió de herir el sensible corazón del Señor! ¿Cómo podían pensar que era indiferente a su angustia en medio del peligro? ¡Cuán completamente habían perdido de vista su amor —por no decir nada de su poder— cuando se atrevieron a decirle estas palabras: “¿No tienes cuidado?”! Y, sin embargo, querido lector cristiano, esta escena ¿no es un espejo que refleja nuestra propia miseria? Ciertamente. Cuántas veces, en los momentos de dificultad y de prueba, esta pregunta se genera en nuestros corazones, aunque no la formulemos con los labios: “¿No tienes cuidado?” Quizá estemos enfermos y suframos; sabemos que bastaría una sola palabra del Dios Todopoderoso para curar el mal y levantarnos, pero esa palabra no la dice. O quizá tengamos dificultades económicas; sabemos que “el oro y la plata, y los millares de animales en los collados” son de Dios, que incluso los tesoros del universo están en su mano; sin embargo, pasan los días sin que nuestras necesidades se suplan. En una palabra, de un modo u otro atravesamos aguas profundas; la tempestad se desata, una ola tras otra golpea con ímpetu nuestra diminuta embarcación, nos hallamos en el límite de nuestros recursos, no sabemos qué más hacer y nuestros corazones se sienten a menudo prestos a dirigir al Señor la terrible pregunta: “¿No tienes cuidado?” Este pensamiento es profundamente humillante. La simple idea de lastimar el corazón de Jesús, lleno de amor, con nuestra incredulidad y desconfianza debería producir la más profunda contrición. Continuará...

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