COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 10

Tomo I 3- CRISTO EN LA BARCA Además, ¡qué absurda es la incredulidad! ¿Cómo Aquel que dio su vida por nosotros, que dejó su gloria y descendió a este mundo de pena y miseria, donde sufrió una muerte vergonzosa para librarnos de la ira eterna, podría alguna vez no tener cuidado de nosotros? Y, sin embargo, estamos prestos a dudar, o bien nos volvemos impacientes cuando nuestra fe es puesta a prueba, olvidando que esa misma prueba que nos hace estremecer y retroceder, es mucho más preciosa que el oro, el cual perece con el tiempo, mientras que la fe es una realidad imperecedera. Cuanto más se prueba la verdadera fe, tanto más brilla; y por eso la prueba, por más dura que sea, redundará, sin duda, en alabanza, gloria y honra para Aquel que no sólo implantó la fe en el corazón, sino que también la hace pasar por el crisol de la prueba, velando atentamente sobre ella durante todo ese tiempo. Pero los pobres discípulos desfallecieron a la hora de la prueba. Les faltó confianza; despertaron al Maestro con esta indigna pregunta: “¿No tienes cuidado que perecemos?” ¡Ay, qué criaturas somos! Estamos dispuestos a olvidar diez mil bondades en cuanto aparece una sola dificultad. David dijo: “Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl” (1.º Samuel 27:1). Y ¿qué ocurrió al final? Saúl cayó en la montaña de Guilboa y David ocupó el trono de Israel. Ante la amenaza de Jezabel, Elías huyó para salvar su vida, ¿y cómo terminó todo? Jezabel fue arrojada por la ventana de su aposento y los perros lamieron su sangre, mientras que Elías ascendió al cielo en un carro de fuego (véase 1.º Reyes 19:1-4; 2.º Reyes 9:30-37; 2:11). Lo mismo ocurrió con los discípulos: tenían al Hijo de Dios a bordo, y creían que estaban perdidos; ¿y qué pasó al final? La tempestad fue reducida al silencio, y el mar se allanó como un espejo al oír la voz del que, antiguamente, llamó los mundos a la existencia. “Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza” (Marcos 4:39). ¡Cuánta gracia y majestad juntas! En lugar de reprochar a sus discípulos por haber interrumpido su sueño, reprende a los elementos que los habían aterrorizado. Así respondía a la pregunta: “¿No tienes cuidado que perecemos?” ¡Bendito Maestro! ¿Quién no confiaría en ti? ¿Quién no te adoraría por tu paciente gracia, y por tu amor que no hace reproches? Vemos una perfecta belleza en la manera en que nuestro bendito Señor pasa, sin esfuerzo alguno, del reposo de su perfecta humanidad a la actividad de la Deidad. Como hombre, cansado de su trabajo, dormía sobre un cabezal; como Dios, se levanta y, con su voz omnipotente, acalla al viento impetuoso y calma el mar. Continuará...

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