COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 17

Tomo I 4- EL CRISTIANO Y LA LEY ¿Es la ley una «regla de vida» para el cristiano? Seguramente aquello que es insuficiente, no puede ser nuestra regla de vida. Recibimos los Diez Mandamientos como parte del canon de la inspiración; y, además, creemos que la ley permanece plenamente vigente para regir y maldecir a un hombre en tanto que éste vive. Que un pecador tan sólo intente obtener vida mediante la ley, y verá dónde ésta lo emplazará; y que un creyente tan sólo dirija su camino conforme a ella, y verá lo que la ley hará de él. Estamos plenamente convencidos de que si un hombre anda conforme al espíritu del Evangelio, no cometerá homicidio ni hurtará; pero también estamos convencidos de que todo hombre que se circunscriba a las normas de la ley de Moisés, se desviará totalmente del espíritu del Evangelio. El tema de “la ley” demandaría una exposición mucho más elaborada, pero los límites de este breve escrito que me he propuesto, no lo permitirían, y nos vemos obligados así a encomendar al lector la consideración de los diversos pasajes de la Escritura a los que hemos hecho referencia y que los examine con cuidado. De este modo —creemos con certeza— llegará a una sana conclusión, y será independiente de toda enseñanza e influencia humanas. Verá cómo un hombre es justificado libremente por la gracia de Dios, a través de la fe en un Cristo crucificado y resucitado; verá que es hecho “participante de la naturaleza divina”, e introducido en una condición de justicia divina y eterna, siendo totalmente libre de toda condenación; verá que en esta santa y elevada posición, Cristo es su objeto, su tema, su modelo, su regla, su esperanza, su gozo, su fuerza, su todo; verá que la esperanza puesta delante de él, es estar con Jesús donde Él está, y ser semejante a Él por siempre. Y verá asimismo que si como pecador perdido halló perdón y paz a los pies de la cruz, él no es, como un hijo acepto y adoptado, enviado de nuevo a los pies del Monte Sinaí, para ser allí aterrado y rechazado por las terribles maldiciones de una ley quebrantada (Hebreos 12:18-24). El Padre no podía pensar en regir con una ley de hierro al hijo pródigo a quien Él había recibido en Su seno con la más pura, profunda y rica gracia. ¡Oh, no! “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1-2). El creyente es justificado, no por obras, sino por medio de la fe; él se halla, no en la ley, sino en la gracia; y aguarda, no el juicio, sino la gloria.

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