LA ASAMBLEA DE DIOS CAPÍTULO 34
2.3- EL PODER POR EL CUAL SE REÚNE LA ASAMBLEA
No podemos menos que juzgar a aquellas multitudes que se han apartado del terreno de la Asamblea porque su andar práctico no estaba de acuerdo con la pureza del lugar. Sin duda que es fácil, en todos los casos semejantes, encontrar una excusa para la conducta de aquellos que son dejados atrás. Pero si en todos los casos las raíces de los hechos fuesen puestas al desnudo, encontraríamos que muchos dejan la Asamblea por causa de su incapacidad o aversión a soportar la luz escrutadora. “Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre” (Salmo 93:5). El mal debe ser juzgado, pues Dios no puede aprobarlo. Si una asamblea lo tolera, no es para nada la Asamblea de Dios aunque esté compuesta de cristianos, como decimos. Pretender ser una asamblea de Dios y no juzgar falsas doctrinas y malos caminos, implicaría la blasfemia de decir que Dios y la iniquidad pueden habitar juntos. La Asamblea de Dios debe guardarse pura a sí misma porque ella es el lugar donde él mora. Los hombres pueden consentir el mal y llamar a esta actitud liberalidad y magnanimidad; pero la casa de Dios debe conservarse pura a sí misma. Que esta gran verdad práctica penetre profundamente en nuestros corazones y produzca su influencia santificadora sobre nuestro curso y nuestro carácter.
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