LA ASAMBLEA DE DIOS CAPÍTULO 38

2.4- LA AUTORIDAD SEGÚN LA CUAL SE REÚNE LA ASAMBLEA En primer lugar, se nos puede preguntar: «¿Dónde podemos encontrar lo que Ud. llama ‘la Asamblea de Dios’, desde los días de los apóstoles hasta el siglo XIX? Y ¿dónde la podemos hallar ahora?». Nuestra respuesta es sencillamente ésta: Tanto entonces como ahora, encontramos la Asamblea de Dios en las páginas del Nuevo Testamento. Poco importa para nosotros que Neander, Mosheim, Milner y otros numerosos historiadores eclesiásticos no hayan advertido, en sus interesantes investigaciones, ni trazas de la verdadera noción de la Asamblea de Dios desde el final de la era apostólica hasta el principio del corriente siglo. Es muy posible que haya habido, aquí y allá, entre las densas tinieblas de la Edad Media, “dos o tres” realmente reunidos en el Nombre de Jesús; o, al menos, que suspiraran tras esa verdad. Pero, de cualquier manera, esta verdad permanece completamente intacta. No edificamos sobre los documentos de los historiadores, sino sobre la infalible verdad de la Palabra de Dios; por eso, aunque pudiera probarse que por dieciocho siglos no hubo siquiera “dos o tres” reunidos en el Nombre de Jesús, ello no afectaría en absoluto la cuestión, la cual no es: ¿Qué dice la historia de la Iglesia? sino: ¿Qué dice la Escritura? Si hubiera alguna fuerza en el argumento fundado sobre la historia, se aplicaría, igualmente, a la preciosa institución de la Cena del Señor. En efecto, ¿qué sucedió con esa ordenanza por más de mil años? Fue despojada de uno de sus grandes elementos, velada en una lengua muerta, enterrada en una tumba de superstición e intitulada: «Un sacrificio incruento por los pecados de los vivos y de los muertos». Y aun cuando, en el tiempo de la Reforma, se le permitió nuevamente a la Biblia que hablase a la conciencia del hombre y difundiera su viva luz sobre el sepulcro en el cual yacía la Eucaristía, ¿qué fue lo que se vio? ¿Bajo qué forma aparece ante nosotros la Cena del Señor en la Iglesia Luterana? Bajo la forma de consubstanciación. Lutero negó que el pan y el vino fuesen cambiados en el cuerpo y la sangre de Cristo, pero sostuvo —y ello, además, en feroz e inflexible oposición a los teólogos suizos— que había una presencia misteriosa de Cristo con el pan y el vino. Continuará...

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