LA ASAMBLEA DE DIOS CAPÍTULO 40

2.4- LA AUTORIDAD SEGÚN LA CUAL SE REÚNE LA ASAMBLEA Pero no debemos usar la gracia de Dios como pretexto para actuar de un modo contrario a la Escritura, como tampoco debemos servirnos de la ruina de la Iglesia como excusa para aprobar el error. Tenemos que confesar la ruina, contar con la gracia y actuar con sencilla obediencia a la Palabra del Señor. Tal es la senda de bendición en todas las épocas. Los fieles del remanente, en los días de Esdras, no pretendían el poder y el esplendor de los días de Salomón, sino que obedecieron la Palabra del Señor de Salomón y su obra fue abundantemente bendecida. Ellos no dijeron: «Las cosas están en ruinas y, por consiguiente, más vale permanecer en Babilonia y no hacer nada.» No, ellos confesaron sencillamente sus propios pecados y los del pueblo, y contaron con Dios. Esto es precisamente lo que debemos hacer. Debemos reconocer la decadencia y contar con Dios. Finalmente, si se nos preguntase «¿Dónde está la Asamblea de Dios actualmente?», responderíamos: Donde dos o tres están congregados en el Nombre de Jesús. Ésta es la Asamblea de Dios. Y nótese con cuidado que, a fin de obtener resultados divinos, es preciso estar en las condiciones divinas. Pretender aquellos resultados sin estar en estas condiciones, es sólo una vana ilusión. Si no estamos realmente congregados en el Nombre de Jesús, no tenemos ningún derecho a esperar que él esté en medio de nosotros; y si él no está en medio de nosotros, nuestra asamblea será un asunto de poco valor. Pero es nuestro feliz privilegio estar congregados de manera tal que podamos gozar de su bendita presencia entre nosotros, y, teniéndolo a él, no necesitamos establecer a un pobre mortal para que nos dirija. Cristo es Señor de su propia casa; que ningún mortal se atreva a usurpar su lugar. Cuando la Asamblea se reúne para el culto, Dios dirige en medio de ella, y, si él es plenamente reconocido, la corriente de la comunión, de la adoración y de la edificación fluirá sin agitación, sin trabas y sin desvíos. Todo estará en armonía. Pero, si se permite que la carne actúe, el Espíritu será contristado y apagado, y todo se echará a perder. La carne debe ser juzgada en la Asamblea de Dios, lo mismo que debería serlo en nuestro andar individual de cada día. Debemos recordar también que los errores y faltas de la Asamblea no son argumentos válidos contra la verdad de la Presencia Divina allí, como no lo son tampoco nuestros errores y faltas individuales para ser usados contra la verdad bíblica de la morada del Espíritu Santo en el creyente. Continuará...

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