COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 49

Tomo I 10- “HERMANOS SANTOS” Prestemos oídos con reverencia a la enseñanza de las Santas Escrituras sobre este gran tema. ¿Qué significado tienen esas palabras que brotaron de los labios de nuestro Señor Jesucristo, y que Dios el Espíritu Santo nos ha conservado: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo” (Juan 12:24)? ¿Quién era este grano de trigo? Él mismo, bendito sea su santo Nombre. Jesús debía morir, a fin de “llevar mucho fruto”. Para rodearse de “muchos hermanos”, debía descender a la muerte, a fin de quitar de en medio todo obstáculo que impidiera que ellos fuesen eternamente asociados con él en el nuevo terreno de la resurrección. Él, el verdadero David, debía avanzar solo contra el temible enemigo, a fin de tener el profundo gozo de compartir con sus hermanos los despojos, frutos de su gloriosa victoria. ¡Eternas aleluyas sean dadas a su Nombre sin par! En el capítulo 8 del evangelio de Marcos tenemos un hermosísimo pasaje que se relaciona con nuestro tema. “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle.” En otro evangelio, vemos lo que Pedro le dijo: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.” Ahora, prestemos atención a la respuesta y la actitud del Señor: “Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.” Esto es de una belleza perfecta. No sólo presenta a la inteligencia una verdad, sino que deja penetrar en el corazón un brillante rayo de la gloria moral de nuestro adorable Señor y Salvador Jesucristo, con el expreso propósito de inclinar el alma en adoración ante Él. “Volviéndose y mirando a los discípulos”, es como si hubiese querido decir a su errado siervo: «Si admito lo que me sugieres, si tengo compasión de mí mismo, ¿qué sería de éstos?» ¡Bendito Salvador! Él no pensó en sí mismo. “Afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lucas 9:51), sabiendo bien lo que allí le esperaba. Continuará...

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