COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 50

Tomo I 10- “HERMANOS SANTOS” Iba a la cruz para sufrir allí la ira de Dios, el juicio del pecado, todas las terribles consecuencias de nuestra condición, a fin de glorificar a Dios con respecto a nuestros pecados, y eso, a fin de tener el gozo inefable y eterno de verse rodeado de “muchos hermanos” a quienes, sobre el terreno de la resurrección, podía anunciar el nombre del Padre. “Anunciaré a mis hermanos tu nombre.” De en medio de las terribles sombras del Calvario, donde soportaba por nosotros lo que ninguna criatura inteligente podría jamás sondear, él miraba adelante, hacia este momento glorioso. Para poder llamarnos “hermanos”, él debía encontrar solo la muerte y el juicio por nosotros. Ahora bien, ¿por qué todos estos sufrimientos, si la encarnación fuese la base de nuestra unión o de nuestra asociación con él? ¿No es perfectamente evidente que no podría haber ningún vínculo entre Cristo y nosotros excepto sobre la base de una expiación cumplida? ¿Cómo podría existir este vínculo, con el pecado no expiado, la culpabilidad no borrada y los derechos de Dios no satisfechos? Sería absolutamente imposible. Mantener semejante pensamiento es ir en contra de la revelación divina, socavar los mismos fundamentos del cristianismo, y éste es precisamente, como bien lo sabemos, el objetivo que el diablo siempre persigue. Sin embargo, no nos detendremos más en este tema aquí. Puede que la gran mayoría de nuestros lectores tengan perfectamente en claro y resuelto este punto, y que lo sostengan como una de las verdades cardinales y esenciales del cristianismo. Mas en un tiempo como el presente, sentimos la importancia de dar a toda la Iglesia de Dios un claro testimonio de esta tan bendita verdad. Estamos persuadidos de que el error que hemos combatido —a saber, la unión con Cristo en la encarnación— forma una parte integrante de un vasto sistema infiel y anticristiano que domina sobre miles de cristianos profesantes, y que hace tremendos progresos en toda la cristiandad. Es la profunda y solemne convicción que tenemos de este hecho, lo que nos conduce a llamar la atención del amado rebaño de Cristo sobre uno de los más preciosos y gloriosos temas que pudieran ocupar nuestro corazón, a saber, nuestro título para ser llamados “hermanos santos”. Continuará...

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