COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 61

Tomo I 11- JESÚS DESAMPARADO DE DIOS Salmo 22 Dios estaba allí, no sólo como Aquel que aprobaba lo que era bueno, sino como Juez de todo el mal que fue puesto sobre la bendita cabeza del Señor en la cruz. Era Dios desamparando al Siervo fiel y obediente; sin embargo, era su Dios: esto no debía ni podía jamás olvidarse; al contrario, aun allí lo proclama diciendo: “Dios mío, Dios mío”. Pero debe agregar entonces: “¿Por qué me has desamparado?” Era el Hijo del Padre que, como Hijo del hombre, clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Entonces, y sólo entonces, Dios desamparó a su Siervo fiel, al hombre Cristo Jesús. Nos inclinamos ante este misterio de los misterios en su Persona: Dios manifestado en carne. Si no hubiese sido hombre ¿en qué nos habría servido? Si no hubiese sido Dios, nada habría podido dar a sus sufrimientos por el pecado su valor infinito. Tal es la expiación. Y la expiación tiene dos aspectos en su carácter y en su alcance. Es la expiación ante Dios, y es también la sustitución por nuestros pecados (Levítico 16:7-10, “una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel”: el pueblo), aunque este último aspecto no sea el tema más desarrollado por el salmista, y no nos detendremos en él en esta ocasión. Aunque todo es de infinita importancia, el lado más importante de la expiación, el fundamento, es la “suerte por Jehová”. Aquí vemos a Dios en su majestad y en su justo juicio del mal, a Dios desplegando su ser moral para tratar con el pecado, allí donde solamente podía tener que ver con él a fin de hacer salir bendición y gloria, en la persona de su propio Hijo; Aquel que, cuando Dios lo desamparó, hecho pecado por nosotros en la cruz, alcanzó el punto más bajo de la humillación, pero moralmente el más elevado en el cual Dios pudo ser glorificado. La perfección misma de la manera en que llevó el pecado hizo que no fuese oído. Continuará...

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