COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 64

Tomo I 11- JESÚS DESAMPARADO DE DIOS Salmo 22 La gloria del Padre y la naturaleza misma de Dios nos traen ahora la bendición con él, mientras que tan sólo un instante antes, por decirlo así, la santa venganza de Dios se ejecutó contra el pecado. Era la gloria en los lugares altísimos, la gracia aquí abajo, pero todo estaba fundado sobre la justicia, sin la cual el alma no haría más que enorgullecerse, quedando expuesta a ser arrastrada hacia las peores profundidades. Esta base de la justicia de Dios es necesaria para el pecador, y aquel que en sí mismo no era sino un pecador perdido, ahora tiene el derecho de conocer a Dios no sólo como Dios, sino además como Padre. “Anunciaré tu nombre a mis hermanos”. Ahora hay perdón y paz; y no solamente eso, sino también asociación con Cristo mismo. Veamos ahora cómo es introducida la declaración de Su nombre. “Dios mío, Dios mío”, dice Jesús en el momento en que es desamparado sobre la cruz, cuando es hecho pecado, y cuando llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero. Ésta es la verdadera respuesta, simple y rotunda, a aquellos que erróneamente sostienen que él llevó nuestros pecados durante toda su vida aquí abajo. Si hubiese sido así, Jesús habría tenido que ser desamparado por Dios durante todo ese tiempo, a menos que se suponga que Dios habría podido complacerse entretanto juzgaba el pecado. Esto sería negar el hecho de que Jesús gozaba perfectamente del amor y de la comunión de su Padre durante su vida. El Hijo de Dios aquí abajo, anduvo siempre en el conocimiento íntimo y perfecto de la presencia de su Padre y de su relación con él, y, por consecuencia, sintió aún más el hecho de ser desamparado. Continuará...

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