COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 68

Tomo I 11- JESÚS DESAMPARADO DE DIOS Salmo 22 Estemos seguros de que él no estima ninguno de los sacrificios más que aquellos del Cristo resucitado, de Aquel que se digna a ser el conductor de los que se unen a él en este tiempo en que aún es rechazado, aunque esté, como lo sabemos, glorificado en lo alto. Lo que Cristo canta es ciertamente, en el sentido más elevado, un cántico nuevo. Él solo sufrió así; pero en la alabanza no está solo; está en medio del coro de los redimidos. ¡Qué cosa maravillosa que aquí no sólo cante la alabanza “en” la congregación, sino “en medio de” ella! En el día de su poder, no será así para “la gran congregación” (v. 25). No significa que su alabanza haya de faltar en aquel día, ni que los grandes y pequeños no lo vayan a alabar en la tierra cuando todas las obras de Dios lo alaben y todos sus redimidos lo bendigan. Sin embargo, no es menos cierto que entre Él y aquellos que, desde su resurrección, son llamados y reunidos, hay una asociación revelada por él, que sobrepasa en intimidad el gozo de aquellos que participarán en ese hermoso día. Él no anuncia a la gran congregación el nombre de Su Dios y Padre. Es cierto que alabará a Dios en ella, pero no en medio de ella como en el día de la resurrección. Pues lo que se dice de ese jubileo para Israel y para la tierra sería todavía cierto si él alabara solo por su lado, y ellos lo hicieran por el suyo. Tampoco los llama sus hermanos como ahora, aunque pague sus votos (otra señal distintiva en sí misma) delante de aquellos que temen a Dios (v. 25), cuando toda rodilla se doble y “toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:10-11), hasta los confines de la tierra, y entre todas las familias de las naciones. Continuará...

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