COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 95

Tomo I
(Lea cuidadosamente Mateo 14:1-21 y Marcos 6:30-44) Ciertamente la misma mano que había nutrido aquellas huestes por tan largo tiempo fácilmente podía proporcionar una sola comida para cinco mil. Así la fe razonaría, pero la incredulidad oscurece el entendimiento y constriñe el corazón. No hay nada tan absurdo como la incredulidad y nada que contraiga más las entrañas de compasión. La fe y el amor van siempre juntos, y en proporción del crecimiento de uno es el crecimiento del otro. La fe abre las compuertas del corazón y le permite conducir las corrientes de amor hasta lo último. Así el apóstol podía decir a los Tesalonicenses “...que crezcáis y abundéis en amor, los unos para con los otros, y para con todos”. Esta es la regla divina. Un corazón lleno de fe puede permitirse ser caritativo; un corazón inconverso no puede permitirse nada. La fe pone al corazón en un contacto inmediato con Dios en sus inagotables tesoros y satisface con los afectos más benévolos. La incredulidad empuja al corazón sobre si mismo y le llena con todas las formas del miedo egoísta. La fe nos dirige en el alma expandiendo la atmósfera de los cielos. La incredulidad nos deja envueltos en la atmósfera marchita de este mundo cruel. La fe nos permite escuchar las palabras de gracia de Cristo, “Dadles vosotros de comer”. La incredulidad nos hace expresar nuestras propias palabras crueles “Despídelos, para que se vayan” (V.M). En una palabra, no hay nada que ensanche el corazón como la simple fe y nada que lo contraiga tanto como la incredulidad. ¡Oh!, ¡Que nuestra fe pueda crecer muchísimo, para que nuestro amor pueda abundar mas y mas!, ¡Podamos nosotros cosechar ganancias de la contemplación a la compasión y la gracia de Jesús! Continuará...

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