EL SECRETO DE LA FELICIDAD CAPÍTULO 17

2- ¡Chócalas Rocky! Por eso, anímense y edifíquense unos a otros. 1 TESALONICENSES 5.11, NVI Fue en esa vorágine de religiones y culturas donde Jesús les preguntó a sus seguidores: «¿Quién dicen ustedes que soy?». Oigo el silencio de los discípulos. Alguien se despeja la garganta. Oigo un suspiro o dos o diez. Veo que bajan la mirada, dejan caer los hombros y agachan la cabeza. Finalmente Pedro dice algo. Podemos imaginar una pausa prolongada, después de la cual dice las palabras más audaces que él, o quizás nadie, jamás había dicho. Miró al rabí sin dinero de Galilea y dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16.16). Por definición, Cristo significa ungido, escogido. El Cristo, en la mentalidad hebrea, no era solo el mejor de la clase, sino la clase misma. No era la palabra final; era la única Palabra. Pedro osó declarar que Jesús era el Cristo. Jesús prácticamente saltó de alegría ante tal confesión: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás . . .» (Mateo 16.17). En lenguaje actual sería algo así: «¡Eso es! ¡Tú sí que sabes! ¡Chócalas! ¡Diste en el clavo!». Jesús le dio a Pedro lo que sería equivalente a una ovación de pie, o tal vez un choque de pecho. Es como si hubiese abrazado el fornido cuerpo del pescador y exprimido de él todo rastro de duda persistente. Incluso le cambió el nombre a este apóstol. Simón ahora se llamaría Pedro, nombre que es el familiar más cercano a petros o Rocky. Simón, el hombre que expresó una fe como una roca sólida, necesitaba un nombre sólido como la roca. Así es que Jesús se lo dio. Continuará..

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