EL SECRETO DE LA FELICIDAD CAPÍTULO 23

2- ¡Chócalas Rocky! Por eso, anímense y edifíquense unos a otros. 1 TESALONICENSES 5.11, NVI La mujer se encogió y retrocedió. Doce años de rechazo la habían hecho desconfiar cada vez que recibía atención. Pero Jesús volvió a decir que alguien lo había tocado. Y esta vez ella dijo algo. «La mujer, sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y temblando de miedo le dijo toda la verdad» (Marcos 5.33, TLA). Le contó todo. ¿Desde hacía cuánto tiempo nadie escuchaba su historia? Jesús se tomó el tiempo para escucharla hablar. Tenía motivos para no hacerlo. La multitud estaba esperando y los líderes de la ciudad estaban ahí, de pie, una niña moría, la gente empujaba, los discípulos se cuestionaban. ¿Y Jesús? Jesús escuchaba. No tenía que hacerlo. Sanarla de esa aflicción habría sido suficiente. Suficiente para ella. Suficiente para la gente. Pero no suficiente para Jesús. Él quería hacer algo más que sanar su cuerpo. Quería escuchar su historia. El milagro le restauró la salud. Escucharla sanó su dignidad. Y lo que hizo después, ella nunca lo olvidó. Él la reafirmó. La llamó «hija». Es la única vez en los evangelios que él llama a una mujer así. «Hija; tu fe te ha salvado» (Lucas 8.48). Haz esto por alguien. Pídele a alguien que te cuente su historia. Resiste las ganas de interrumpir y de corregir. Apaga el televisor. Desconecta la Internet. Cierra el portátil; silencia el celular. Da el más raro de los regalos: tu completa atención. Elogia abundantemente. El ánimo que aparece en las Escrituras no se trata de palabras casualmente amables, sino de una decisión premeditada y orientada a levantar el espíritu de otra persona. «Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras» (Hebreos 10.24). Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario