EL SECRETO DE LA FELICIDAD CAPÍTULO 62

MAX LUCADO 6- UNA POSTURA PODEROSA Oren unos por otros . . . SANTIAGO 5.16, RVC Eran las 4:30 de la mañana, un 10 de noviembre de 2008, y el cerebro de Eben Alexander comenzó a fallar. Lo atribuyó a un virus con el que venía batallando hacía varios días. Dentro de un par de horas, supo que se trataba de otra cosa. Agonizaba y estaba prácticamente paralizado. Para las 9:30, tenía el cuerpo rígido y sufría espasmos. Los ojos se le pusieron blancos y calló en coma. El diagnóstico, difícil y sorprendente, era una forma rara de meningitis bacteriana E. coli. Nadie podía explicar su origen. Nadie se atrevía aguardar la esperanza de que sobreviviera. Anualmente, la contraen menos de uno de cada diez millones de adultos. De aquellos, más del noventa por ciento muere. Lo irónico es que el hombre que sufría ese defecto cerebral era neurocirujano. El historial profesional del doctor Alexander impresiona incluso al más instruido de los académicos: Facultad de medicina de la Universidad de Duke. Residencia universitaria en Massachusetts General Hospital y en Harvard. Beca de investigación en neurocirugía cerebrovascular. Quince años como parte del cuerpo docente de la facultad de medicina de Harvard. Innumerables cirugías cerebrales. Autor de más de ciento cincuenta capítulos y artículos en publicaciones médicas. Presentaciones en más de doscientos congresos médicos alrededor del mundo. Segunda ironía: el doctor Alexander no era una persona espiritual. Él sería el primero en decirte que era una persona realista. Usaba las herramientas de la medicina moderna para sanar a las personas. Nadie se sorprendió más que él con lo que vio mientras estaba en coma. «Había un zumbido fuerte y, de golpe, atravesé la apertura y me encontré en un mundo totalmente nuevo». En ese lugar, «seres relucientes atravesaron el cielo en forma de arco». Él escuchó «un sonido enorme y retumbante como un canto glorioso». Describe «una explosión de luz, color, amor y belleza que [lo] atravesaba como una ola rompiente . . . No parecía haber distancia entre Dios y yo». Continuará...

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