EL SECRETO DE LA FELICIDAD CAPÍTULO 80

MAX LUCADO 8- COSAS INCÓMODAS "Por tanto, acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes para gloria de Dios". ROMANOS 15.7, NVI Esto no era un simple asado en el patio trasero. Era un gran banquete con muchas personas. Vino elegante. Meseros especializados. Comida en todas las mesas, invitados en cada rincón. Y no era cualquier tipo de invitado, era una afluencia curiosa de motociclistas con mujeres bellas, y principiantes de la Biblia. Los apóstoles se entremezclaban con los demagogos. En la misma fiesta, estaban gente de la hora feliz asidua a los bares y gente de la escuela dominical. Jesús estaba emocionado. Pero los líderes religiosos estaban irritados. Los llamaban fariseos. El apodo venía de una palabra aramea que significaba «separar, debido a una manera de vivir diferente a la de la generalidad de la gente». Lo que más les importaba era separarse de los pecadores. Según la definición de ellos, la santidad significaba enclaustrarse, ponerse en cuarentena y aislarse del mundo. Las personas buenas, las personas de Dios, cerraban filas. Ellos no se llevaban bien con las personas malas. Cuando los fariseos se enteraron de la fiesta, se colaron. Marcharon hacia la casa de Mateo, vestidos de ceños fruncidos y con miradas de desaprobación, cargando ejemplares supergordos de la Biblia. Comenzaron a apuntar con el dedo y le exigieron una respuesta a Jesús. «¿Por qué comen y beben ustedes con recaudadores de impuestos y pecadores?» (Lucas 5.30, NVI). Los amigos de Mateo se quejaron. Ya sabían cómo funcionaba el asunto. Sabían que no encajaban ahí. Toda su vida, les habían dicho que no eran lo suficientemente buenos para Dios. Empezaron a juntar sus cosas para marcharse. La fiesta había terminado. De manera explícita, Jesús dijo: «No tan rápido». Se puso en la vereda de sus invitados, no de manera literal sino de manera simbólica. Defendió a Mateo y a sus amigos. «No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos —les contestó Jesús—. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores para que se arrepientan» (Lucas 5.31, 32, NVI). Continuará...

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