EL SECRETO DE LA FELICIDAD CAPÍTULO 82

MAX LUCADO 8- COSAS INCÓMODAS Me pregunto si en esta exhortación breve se encuentra la mejor respuesta: «Por tanto, acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes para gloria de Dios» (Romanos 15.7, NVI). Este pasaje de treinta versículos resume el llamado a la unidad que Pablo hizo a la iglesia romana (Romanos 14.1—15.7). El apóstol comenzó y finalizó el tratado con el mismo verbo en griego: proslambanó, el cual significa más que tolerar y coexistir. Como escribió el sacerdote anglicano John Stott: “Significa dar la bienvenida a la hermandad de uno y al corazón de uno. Implica la calidez y la gentileza del amor genuino”. Pablo usó esa palabra para instar a Filemón a recibir al esclavo Onésimo de la misma forma en que lo habría recibido a él (Filemón v. 17). Lucas usó esa palabra para describir la hospitalidad que tuvieron los malteses con aquellos que habían naufragado (Hechos 28.2). Y, especialmente, Jesús la usó para describir la manera en que nos recibe a nosotros (Juan 14.3). ¿Cómo nos recibe? Lo sé por cómo me trató.Yo era un joven de veinte años, problemático, cuya vida iba cuesta abajo. Aunque había hecho un compromiso con Cristo diez años antes, por mi forma de vivir no lo habrías sabido. Pasé cinco años, cada domingo en la mañana, declarando que era hijo de Dios y siendo amigo del diablo los sábados en la noche. Era un hipócrita. Tenía dos caras, era demasiado promiscuo y un ególatra. Estaba perdido. Perdido como Leví. Cuando finalmente me harté de estar sentado en el corral de los cerdos, escuché por ahí acerca de la gracia de Dios. Me acerqué a Jesús y él me volvió a recibir. Cabe mencionar que Jesús no aceptaba mi comportamiento. No apoyaba mis riñas ni mi actitud problemática. No era fanático de lo indulgente que era conmigo mismo ni de mis prejuicios. ¿Mi propensión a jactarme, a manipular y a exagerar? ¿Mi actitud chovinista? Todo eso tenía que desaparecer. Jesús no pasaba por alto al Max egocéntrico que yo había inventado. Él no aceptaba mi comportamiento pecaminoso. Pero me aceptó a mí, a su terco hijo. Él aceptó lo que podría hacer conmigo. No me dijo que me limpiara y que volviera después. Dijo: «Vuelve y yo te limpio». Él estaba «lleno de gracia y de verdad» (Juan 1.14, NVI). No solo de gracia, sino también de verdad. Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario