EL SECRETO DE LA FELICIDAD CAPÍTULO 90

MAX LUCADO 9- ALZA LA VOZ Amonéstense unos a otros. COLOSENSES 3.16, DHH Tu colega deja este mensaje de voz: «Mi padre acaba de fallecer. Voy camino al hospital. No sé si pueda con esto». Tu vecina de al lado explica por qué apareció un camión de mudanza en frente de su casa. «Mi marido se muda. No quiere seguir con el matrimonio». Tu hermana te llama para contarte la noticia de que su hijo adolescente está en rehabilitación, otra vez. Suena el teléfono móvil y aparece el siguiente mensaje: «Me llamó el médico. Volvió el cáncer. ¿Nos podemos reunir?». De un momento a otro, alguien te invita a compartir su dolor. No te ofreciste voluntariamente; te arrastraron. Yo no tenía planeado hablar sobre la muerte, el divorcio ni la enfermedad. Pero a veces no tienes alternativa. Yo no la tuve. La mujer me miró y me dijo: «Estoy cada vez más vieja y más enferma. Creo que Dios me abandonó». De todas las cosas posibles, ella y yo compartimos un trayecto en una limosina fúnebre. Ella conocía al difunto. Yo era amigo del difunto.Ambos habíamos asistido al funeral y nos dirigíamos al cementerio. El trayecto hacia el cementerio tiende a recordarnos nuestra propia mortalidad. Tal vez por eso, inesperadamente, habló tanto en su congoja. «Desde que cumplí ochenta, he estado muy enferma. He orado mucho. No creo que vaya a mejorar». Y luego, mientras miraba el cielo invernal por la ventana, repetía su conclusión: «Creo que Dios me abandonó». No fue una conversación feliz. Ella no era una persona feliz. ¿Qué le dices a alguien que cree que Dios está desaparecido? ¿Asientes? ¿Disientes? ¿Dices poco? ¿Dices mucho? El relato de Lázaro, del Nuevo Testamento, revela lo que diría Jesús. La historia comienza de manera simple: «Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania . . .» (Juan 11.1). Supongo que todos tenemos que ser conocidos por algo. Marta era mandona. Judas era codicioso. Mateo tenía amigos alborotadores. ¿Y Lázaro? Bueno, Lázaro estaba enfermo. Continuará...

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