EL SECRETO DE LA FELICIDAD CAPÍTULO 101

MAX LUCADO 10- TODOS TENEMOS UN MACHO Perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. EFESIOS 4.32, NVI . . . sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. (Juan 13.3-5) Esta fue la víspera de la crucifixión y la última cena de Jesús con sus seguidores. Juan quería que supiéramos lo que Jesús sabía. Jesús sabía que tenía toda la autoridad. Sabía que había sido enviado del cielo. Sabía que estaba destinado al cielo. Jesús estaba seguro de su identidad y de su destino. Puesto que sabía quién era, pudo hacer lo que hizo. «Se levantó de la cena» (v. 4). Cuando Jesús se puso de pie, seguramente los discípulos se animaron. Deben haber pensado que Jesús estaba por enseñarles algo. Así fue, pero no con palabras. A continuación, «se quitó su manto» (v. 4). Incluso el simple manto sin costuras de un rabí era demasiado ostentoso para la tarea en cuestión. Jesús colgó el manto en un perchero y se ciñó la toalla en la cintura. Luego tomó una jarra de agua y la vació en un recipiente. El único sonido era las salpicadas del agua con la que Jesús llenaba el lebrillo. El siguiente sonido fue el del recipiente que golpeó el suelo cuando Jesús lo dejó ahí. Luego, el sonido del cuero que se deslizaba cuando Jesús desamarraba y quitaba la primera de las veinticuatro sandalias. Salpicó más agua cuando sumergió dos pies en ella, sucios como estaban. Masajeó los dedos. Sostuvo con sus manos los talones resecos. Secó los pies con su toalla. Luego se puso de pie, vació el lebrillo de agua sucia, lo llenó de agua limpia y repitió el proceso con el siguiente par de pies. Continuará...