EL SECRETO DE LA FELICIDAD CAPÍTULO 116

MAX LUCADO SÉ AMADO, LUEGO AMA Ámense los unos a los otros. JUAN 13.34 Nuestra casa está a diez minutos caminando de la entrada. Para Rosie, ese tramo es una aventura a nivel de Lewis y Clark. Cuando comenzamos a caminar, puso su mano en alto como una guardia de tránsito que hace parar a un peatón imprudente. «Quédate ahí, Papa Max. Yo voy». Me detuve. Me quedé atrás lo suficientemente lejos como para hacerle creer que iba sola. Tú sabes y yo sé que jamás la dejaría caminar sola hacia la entrada. Especialmente a las nueve de la noche. Después de dar unos pasos, se detuvo y miró alrededor. Quizá fue el sonido de las hojas que crujían. O las sombras que se formaban en el camino. No sé por qué se detuvo. Pero yo estaba cerca para ver lo que hacía. Y lo suficientemente cerca para escucharla decir «¡Papá Max!». En dos segundos, estuve a su lado. Me miró y sonrió. «¿Ven conmigo?». Tomados de la mano, caminamos lo que quedaba del trecho. Los predicadores tendemos a complicar muchísimo este asunto del amor de Dios. Nos obsesionamos con palabras largas y pensamientos teológicos, cuando, tal vez, la mejor ilustración es algo como Rosie caminando en la oscuridad, gritando por ayuda y recibiéndola de su papá que se apresura a socorrerla. Tu Padre te sigue, amigo(a) mío(a). Y en esta travesía de la vida y del amor, cuando la noche causa más temor que fe, cuando crees que es imposible amar a las personas que son difíciles de amar, solo detente y llámalo. Él está más cerca de lo que piensas. Y no tiene intenciones de dejarte avanzar sin ayuda por este camino.

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