TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 2

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO NOÉ Y SU CASA Cuando la iniquidad del mundo antediluviano había llegado a su colmo, y el Dios justo, quien estaba por devastar toda ésta escena de corrupción con la recta corriente del juicio, tuvo que decidir el fin de toda carne, estas gratas palabras sonaron a oídos de Noé: “Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación” (Génesis 7:1). Se dirá sin duda, y con razón, que Noé era un tipo de Cristo, la cabeza justa de toda la familia de salvados, salvados en virtud de su unión con Él. Lo admito plenamente. Pero ello no quita que vea, en la historia de Noé, otra cosa además de un carácter típico; deduzco de aquí y de otros pasajes análogos un principio que, desde el comienzo mismo de este escrito, quisiera establecer con la mayor claridad, a saber: que la casa de cada siervo de Dios es, en virtud de su relación con Él, puesta en una posición de privilegio y, consiguientemente, de responsabilidad. Este principio tiene infinitas consecuencias prácticas; y ello es lo que, con la bendición de Dios y por su gracia, nos proponemos examinar en el presente escrito. Pero lo que debemos hacer en primer lugar es tratar de establecer la veracidad de lo dicho por medio de la Palabra de Dios. Si simplemente fuésemos llevados a razonar por analogía, el principio en cuestión sería fácilmente demostrado; pues ¿qué persona que conoce el carácter y los caminos de Dios podría creer que Dios atribuye una inmensa importancia a lo que concierne a Su propia casa, y que no atribuye ninguna, o casi, a la de su siervo? ¡Sería imposible! Ello no guardaría consonancia con Dios, y Dios sólo puede obrar de forma consistente consigo mismo. Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario