TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 4

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO Abraham y su casa El segundo pasaje que quiero citar se refiere a la vida de Abraham. “Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer... ? Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:17-19). Aquí no se trata de una cuestión de salvación, sino de comunión con el pensamiento y los propósitos de Dios. Que el padre cristiano note y sopese solemnemente el hecho de que cuando Dios buscaba un hombre a quien pudiese revelar sus consejos secretos, escogió a aquel que poseía la simple característica de mandar “a sus hijos y a su casa” que guarden el camino del Señor. Esto no puede dejar de demostrar, a una conciencia delicada, un aguzado principio; pues si hay un punto respecto del cual los cristianos han faltado más que sobre cualquier otro, es en el deber de mandar a sus hijos y a su casa que sirvan al Señor. Ellos seguramente no han tenido a Dios delante de sus ojos a este respecto; pues, al considerar todas las Escrituras referentes a los caminos de Dios respecto a Su casa, encuentro que en todos ellos hay una característica invariable: Dios ejerce su poder sobre el principio de la justicia. Él ha establecido firmemente y mantenido inquebrantablemente su santa autoridad. No importa el aspecto o el carácter exterior de la casa de Dios, el principio esencial de sus tratos con ella es inmutable: “Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre” (Salmo 93:5). El siervo debe siempre tomar a su Maestro como modelo; y si Dios gobierna su casa con un poder ejercido en justicia, así debo yo gobernar la mía; pues si, en algún detalle, difiero de Dios en mi conducta, debo evidentemente estar mal en ese detalle; esto está claro. Continuará...

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