TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 10

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO LA CASA DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL ÉXODO Yo no debería tener para mis hijos ningún otro principio, ninguna otra porción ni ninguna otra perspectiva que la que tengo para mí mismo; ni tampoco debería prepararlos con vistas a otra cosa. Si Cristo y la gloria celestial son suficientes para mí, también lo son para ellos; pero entonces la prueba de que ellos son suficientes para mí debiera ser inequívoca. El carácter de un padre o de una madre cristianos debería ser tal que no diera lugar a la menor sombra de duda en cuanto al verdadero propósito que abriga en su alma o al objeto positivo de su corazón. ¿Qué pensaría mi hijo si le dijera que mi deseo ardiente es que sea partícipe de Cristo y del cielo, cuando, al mismo tiempo, lo educo para el mundo? ¿Qué creerá? ¿Qué es lo que ejercerá la más poderosa influencia en su corazón y en su vida: mis palabras o mis actos? Que la conciencia responda y que su respuesta sea recta y franca: que proceda de las más íntimas profundidades del alma, y que demuestre indisputablemente que la cuestión ha sido comprendida en toda su fuerza y gravedad. Creo verdaderamente que ha venido el tiempo para que los cristianos busquen actuar en la conciencia de unos a otros. Debe ser evidente para todo hombre de oración que observa con atención el estado actual del mundo cristianizado, que éste presenta un aspecto muy enfermizo; que su tono está miserablemente bajo; en una palabra, que debe tener en sí algo radicalmente malo. En cuanto al testimonio relativo al Hijo de Dios, ¡ay, es algo que raramente, muy raramente, se tiene en cuenta! La salvación personal parece constituir, para el noventa y nueve por ciento de los cristianos profesantes, el todo de lo que les interesa, como si fuésemos dejados aquí abajo para ser salvos, y no, como salvos, para glorificar a Cristo. Continuará...

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