TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 23
El cristiano en el hogar
C. H. Mackintosh
LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO
¡Cuántos cristianos hay, además, que van para rendir culto y que no tienen la conciencia purificada, ni el corazón juzgado ni la carne mortificada! Ocupan su lugar en los bancos, pero son fríos y estériles, sin oraciones y sin fe, sin un objeto real. Asisten mecánicamente, porque tienen el hábito de asistir, pero no los motiva un sincero deseo de encontrar al Señor. Para ellos, el congregarse no es más que una pura formalidad religiosa, y para los demás no son otra cosa que un obstáculo para la bendición.
Así pues, numerosas y diversas causas concurren para corromper las fuentes de la vida y del vigor en las asambleas, y ésa es la razón de por qué el testimonio es, en general, tan pobre y tan débil en medio de nosotros. Sólo un profundo trabajo de conciencia sería capaz de sondear hasta el fondo esas causas funestas. ¡Ah!,... “¿Soy yo, Señor?” Es abolutamente inútil esperar una bendición duradera o una verdadera restauración, en tanto no seamos seriamente llevados a una verdadera humillación, a un sincero juicio de nosotros mismos. Si somos llamados a dar testimonio de Cristo, es menester que este llamado nos encuentre a los pies de Jesús, habiendo aprendido, allí, lo que somos, y cuánto hemos faltado.
Nadie tiene el derecho de arrojar la piedra contra el otro. Todos nosotros hemos pecado; todos hemos sido infieles al testimonio del Hijo de Dios; todos hemos contribuido, en alguna medida, al humillante estado de cosas que nos rodea. No se trata aquí de una simple cuestión de iglesia, de una simple diferencia de juicio en cuanto a ciertos puntos de la verdad, por importantes que sean en sí mismos. No, hermanos, el mundo, la carne y el diablo están en el fondo de nuestro triste estado actual, y todos los argumentos que el amor de Cristo podría sugerirnos, se reúnen para invitarnos a que nos juzguemos a fondo a nosotros mismos en la presencia de Dios.
Continuará...
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