TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 37

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO En el caso de David, hallamos también el mal seguido de su consecuencia. David cometió adulterio, y esta sentencia solemne fue inmediatamente pronunciada: “No se apartará jamás de tu casa la espada” (2.ª Samuel 12:10). Aquí también la gracia abundó, y David se gozó de ello, con un sentimiento más profundo, cuando ascendía la cuesta de los Olivos con los pies descalzos y la cabeza cubierta, como jamás lo había disfrutado en medio de los esplendores del trono (2.ª Samuel 15:30). Sin embargo, su pecado produjo sus resultados. David cometió una falta, y jamás recobró lo que perdió. De ninguna manera este principio —del pecado que lleva su fruto— se limita meramente a los tiempos del Antiguo Testamento. También tenemos varios ejemplos en el Nuevo Testamento. Vemos a Bernabé, por ejemplo, expresar su deseo —aparentemente muy conveniente— de conservar la sociedad de su sobrino Marcos (Hechos 15:37). Desde ese momento, Bernabé pierde el honorable lugar que tenía en los registros del Espíritu Santo, quien no hace ninguna mención más de él. Su lugar fue luego ocupado por un corazón más enteramente devoto, más libre de los afectos puramente naturales, que el de Bernabé. El gobierno moral de Dios es una verdad de la mayor importancia; es tal, que aquel que obra mal, cosechará indefectiblemente el fruto de su mal, independientemente de que sea creyente o incrédulo, santo o pecador. La gracia de Dios puede perdonar el pecado, y lo hará, seguramente, todas las veces que el pecado fuere juzgado y confesado; pero como el pecado asesta un golpe a los principios del gobierno moral de Dios, es menester que el ofensor sea llevado a sentir su falta. Él cometió un error, y necesariamente deberá sufrir las consecuencias. Ésta es una verdad muy solemne, pero particularmente saludable, cuya acción ha sido miserablemente entorpecida por falsas nociones acerca de la gracia. Dios nunca permite que su gracia estorbe su gobierno moral. No podría hacerlo, porque ello causaría confusión, y “Dios no es Dios de confusión” (1.ª Corintios 14:33). Continuará...

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