GÉNESIS PARTE 19

Capítulo 2 EL DÍA SÉPTIMO Y EL RÍO El día séptimo: reposo de Dios ¿Y qué hacen los hombres ese día en que el Hijo de Dios se halla sepultado? Están observando su sábado. ¡Qué contraste! Cristo en la tumba expiando la culpa de ese mandamiento quebrado, y sus verdugos pretendiendo guardar el día como si nunca hubieran quebrantado ninguno de los mandamientos de Dios. Ese sábado pertenecía al hombre, pero de ninguna manera a Dios. Era un sábado sin Cristo, un día vacío, inútil, impío. El sepulcro estaba blanqueado (Mateo 23:27). El día séptimo no se ha convertido en el primero (o domingo) Ahora alguien dirá que el día se ha cambiado, llevando consigo todos sus principios y obligaciones. Yo creo que la Escritura no da ninguna base para tal idea. ¿Dónde se encuentra una autorización semejante? Si existiera en la Escritura, debería ser fácil citar el pasaje. Pero el hecho es que no lo hay; al contrario, el Nuevo Testamento sostiene una distinción muy marcada entre el día primero y el día séptimo. Baste referimos a un solo pasaje. “A la víspera del sábado, que amanece para el primer día de la semana” (Mateo 28:1). No hay ninguna posibilidad de confundir aquí un día con el otro. El primer día de la semana no es un sábado cambiado, sino un día nuevo. Es el primer día de un periodo nuevo y no el último día de un período que fenece. El día séptimo se relaciona con la tierra y el descanso terrenal, mientras que el primer día nos relaciona con el cielo y con el descanso celestial. Esta distinción se funda en un principio radical, y cuando la estudiamos en sus aplicaciones prácticas descubrimos elementos de mucha importancia. Si guardo el día séptimo, pongo de manifiesto que pertenezco a esta tierra y que busco el descanso material de este mundo, el descanso de la creación. Pero si recibo la iluminación de la Palabra y del Espíritu de Dios, a fin de comprender toda la significación de esta enseñanza, aceptaré esta verdad: la guarda del primer día tiene por objeto ponerme en relación con el nuevo orden celestial, en el cual la muerte y la resurrección de Cristo nos sirven de fundamento eterno. Continuará...

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