GÉNESIS PARTE SIETE

Capítulo 1 POTESTAD Y MAJESTAD DE DIOS EN LA OBRA DE LA CREACIÓN Las tinieblas y la luz E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas” (v. 14-15). El Sol es el gran centro de luz de nuestro sistema planetario. Alrededor de él giran los astros menores. De él también proviene su luz. Por lo tanto, podemos considerarlo como un símbolo de Aquel que pronto se levantará “y en sus alas traerá salvación” (Malaquías 4:2) para alegrar el corazón de los que temen a Jehová. Lo apropiado y hermoso de este símbolo se comprenden mejor si después de una noche de vigilia sale uno a contemplar el rompimiento del alba. Poco a poco se dora el horizonte por el Oriente con los rayos de luz. Las tinieblas y las sombras de la noche desaparecen y toda la creación se levanta para aclamar rey del día al Sol naciente. Igual cosa sucederá—aunque con mayor majestad— cuando vuelva a la tierra el Sol de justicia. Las sombras de la noche huirán; toda la creación cantará de júbilo en aquel día en que nazca sin nubes la mañana del día glorioso y eterno. LA LUNA La Luna, opaca en sí misma, recibe toda su luz del Sol. Siempre refleja la luz del Sol, a menos que se interpongan influencias adversas de la Tierra. Tan pronto como se esconde el astro rey debajo del horizonte, la Luna se presenta a fin de recibir sus rayos y enviarlos a su vez hacia la Tierra oscura. En caso de que la Luna sea visible de día, su aspecto es el de un consorte inferior que reconoce la majestad de su fulgente compañero. En otras ocasiones, los tibios y argentados rayos de la Luna no llegan a la Tierra porque otros elementos se interponen. Las nubes negras, las nieblas espesas y los vapores fríos cubren la superficie de nuestro planeta y se esconde de nuestra vista su fiel compañera de suave luz. Continuará...

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