GÉNESIS PARTE 44

GÉNESIS LA CAÍDA Deseos de la carne, deseos de los ojos y vanagloria de la vida Si Adán hubiera conocido el perfecto amor de Dios no habría tenido miedo. “En el amor no hay temor” (1 Juan 4:17. 18). Pero Adán no entendió esto porque había creído la mentira de la serpiente. Se dejó persuadir de que Dios era cualquier otra cosa menos amor y, por lo tanto, pensó en todo menos en buscar la presencia divina. No lo pudo hacer porque había pecado y sentía en su conciencia que Dios y el pecado no pueden conciliarse. Mientras existía el pecado como opresor de la conciencia, era imposible salvar el abismo de separación que le apartaba de Dios. La santidad y el pecado no tienen nada en común. El pecado, dondequiera que se halle, despierta la hostilidad y la ira de Dios. Empero —¡bendito sea Dios!— hay algo que considerar además de lo que yo soy, y es la revelación de lo que Dios es, tal como se reveló después de la caída del hombre. Dios no hizo una plena revelación de sí mismo en la creación. En ella manifestó su eterno poder y deidad, pero entonces no declaró todos los profundos secretos de su naturaleza y carácter, y, por lo tanto, se ve aquí el gran error que cometió satanás cuando quiso vengarse de Dios perturbando su creación. Llegó a ser un instrumento para labrar su propia derrota y para traer confusión y ruina sobre su propia cabeza. La mentira de satanás abrió la puerta para que se desplegara toda la verdad de Dios. Las obras de la creación nunca podrían haber demostrado esa verdad en cuanto a él, puesto que en él se halla infinitamente más que el poder y la sabiduría. Es el Dios de amor, de misericordia, de santidad, de justicia, de bondad, de ternura y de paciencia. ¿En qué esfera podrían desplegarse estos atributos sino en un mundo de míseros pecadores? Continuará...

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