GÉNESIS PARTE 50

GÉNESIS Deseos de la carne, deseos de los ojos y vanagloria de la vida Cristo, la simiente de la mujer Sin embargo, aunque Adán comprendió por la gracia de Dios que nada de lo que él hiciera valdría para lograr la milésima parte de lo que se debía hacer, Dios quiso efectuar la salvación del hombre, en forma completa, por medio de la simiente de la mujer. Vemos en esta historia que Dios resuelve obrar independientemente del hombre. Entra en disputa directamente con la serpiente y, aunque no deja al hombre sin castigo, sino que le obliga a llevar la carga de su desobediencia y a segar como individuo el fruto amargo de su pecado, a la serpiente le pide cuenta, y le dice: “Por cuanto esto hiciste” (v, 14) serás castigada. La serpiente fue el origen de la ruina; la simiente de la mujer había de ser la fuente de la redención. Esto lo oyó Adán y lo creyó, y, conforme a la confianza de su nueva creencia, llamó a Eva “madre de todos los vivientes” (v. 20). Éste fue el primer precioso fruto de la revelación divina. Si hubiera considerado la perspectiva que se abría en la tierra maldita a causa del pecado, bien podría haberla llamado «madre de los moribundos», mas, teniendo fe en la Palabra de Dios, ella llegó a ser “madre de los vivientes”. Otra mujer después llamó a su hijo “Benoni” (el hijo de mi dolor), empero su padre le llamó Benjamín (hijo de mi diestra) (Génesis 35:18). Debemos entender que en la terrible lucha que Adán tuvo que librar, su fe en esta promesa le sostuvo constantemente. Dios le manifestó su misericordia permitiéndole que presenciara la condenación de la serpiente antes de oír el fallo contra él mismo. De otra manera no podría haber soportado su desesperación. Nos desesperamos cuando estamos obligados a contemplamos a nosotros mismos sin que se nos permita a la vez mirar a Dios y conocerle tal como se ha revelado en la cruz para nuestra salvación. Continuará

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