GÉNESIS PARTE 51

GÉNESIS Deseos de la carne, deseos de los ojos y vanagloria de la vida Cristo, la simiente de la mujer Ningún hijo de Adán podría comprender toda la realidad de su estado de perdición sin sentirse abrumado, a menos que quedara a su alcance el refugio de la cruz. De ahí que en aquel sitio al cual serán finalmente confinados todos los que rechazan a Cristo no habrá lugar para la esperanza. En esa región se les abrirán los ojos para contemplar la realidad de su estado pecaminoso y la fealdad de sus actos, pero entonces no les será posible hallar refugio y descanso en Dios. El carácter inmutable de Dios les envolverá en la perdición inevitable, así como ese mismo carácter ahora puede ser causa de la salvación eterna. La santidad de Dios se opondrá eternamente a ellos en aquel entonces, como se ofrece ahora cual segura base de regocijo para los que creen en él. Mientras más comprenda yo la santidad de Dios, más seguro debo estar de la eficacia de su remedio para mi pecado. Pero, en el caso de los perdidos, esa misma santidad será la razón inequívoca de su condenación. ¡Qué pensamiento tan solemne! ¡Ojalá todos lo meditemos! Túnicas de pieles Consideraremos ahora brevemente la verdad presentada en el pasaje que dice: “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió” (v21). Aquí tenemos tipificada la gran doctrina de la justicia divina. La ropa que Dios proveyó ofrecía un abrigo amplio, porque él mismo lo había hecho; el delantal de Adán no le servía, precisamente porque él mismo lo había confeccionado y se lo había puesto. Además, la ropa que Dios le dio resultó del derramamiento de sangre. No así el delantal de hojas. De igual manera, la justicia de Dios se manifiesta en la cruz, mientras que la pretendida justicia del hombre se manifiesta en las obras imperfectas y pecaminosas de sus propias manos. Al estar vestido con la ropa de piel, no le era posible decir: “Estoy desnudo”, ni había necesidad de esconderse. El pecador puede estar en paz si por la fe puede decir que Dios lo ha vestido. Contentarse de otro modo sin conocer por la experiencia personal esa obra divina, sería la presunción de la ignorancia. Tan luego como yo reconozca que el vestido con que he de presentarme delante de Dios es uno que él mismo preparó y me dio, puedo gozar de paz. Es inútil pensar en otro descanso, cualquiera sea su origen. Continuará...

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