GÉNESIS PARTE 52
GÉNESIS
Deseos de la carne, deseos de los ojos y vanagloria de la vida
El inalcanzable árbol de la vida
Los últimos versículos de este capítulo están muy llenos de enseñanzas preciosas. El hombre caído tiene que ser privado del fruto del árbol de la vida, porque si de él comiera, sufriría miserias interminables. La prolongación de la vida física en la tierra por comer del árbol de la vida, sin poder escapar de las condiciones actuales que el pecado ha producido en nosotros, sería una maldición y no una bendición. El árbol de la vida puede ser gustado sólo en la vida de resurrección; vivir para siempre en el débil tabernáculo de la carne, preso en un cuerpo corrompido por la maldad, sería un castigo demasiado grande para ser soportado. “Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (v 24). Le echó de Edén al mundo de cardos y espinas, donde se veían todos los lamentables resultados de la caída. Los querubines y la espada encendida se interpusieron para impedir que el hombre extendiese la mano y tomase del árbol de la vida. Empero, la promesa divina servía de rótulo para indicar el camino que llevaría a Cristo, la simiente de la mujer, hacia la cruz y la resurrección, cuya obra abriría paso hasta aquel paraíso en el cual el hombre estará libre del poder del pecado y de la muerte.
Así sucedió, pues, que Adán fue un hombre más feliz y seguro fuera de los límites del paraíso de lo que lo había sido estando dentro de él. De modo que en la primera forma de vida, la inocencia, su felicidad dependía de su propio esfuerzo, mientras que en esta otra vida, fuera del paraíso, su felicidad dependía de Otro, quien no era sino el mismo Cristo prometido. Al dirigir la vista a los querubines con su espada de fuego, le era posible bendecir la mano que los había puesto allí “para guardar el camino del árbol de la vida” (3:24), por cuanto esa misma mano le había abierto “camino nuevo y vivo” hasta el Lugar Santísimo. “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6. y Hebreos 10:20). Al conocer todo esto, el creyente ahora puede transitar confiado por este mundo que gime tristemente bajo la maldición y en el que se ven tantas huellas de pecado. Continuará...
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