GÉNESIS PARTE 58

Deseos de la carne, deseos de los ojos y vanagloria de la vida CAÍN Y ABEL: DIFERENTE ACTITUD DE DOS PECADORES ANTE DIOS Las dos naturalezas Si se hubiera posesionado de la doctrina divina habría sabido que desde el principio “sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. Esta doctrina es fundamental. “La paga del pecado es muerte” (Romanos.,6:23). Caín era pecador, y entre él y Dios se interponía la muerte. Sin embargo, en su ofrenda no confesó esa verdad. No presentó, en lugar de su vida, otra sacrificada en reconocimiento de las demandas de la santidad y en reconocimiento, también, de su propia falta en ese particular, trató a Dios como si hubiese sido otro igual a él, que podría aceptar la ofrenda del campo maldito y pasar por alto el pecado no confesado de Caín. Todo esto, y más aun, encierra el acto no autorizado de Caín al ofrecer su sacrificio incruento. Desplegó la más imperdonable ignorancia con referencia a tres cosas: 1. las demandas divinas 2. su propio carácter y condición como pecador perdido y condenado, por lo que él no tenía nada de sí mismo para ofrecer 3. el verdadero estado de la tierra cuyo fruto trajo en ofrenda. El razonamiento humano se puede resumir con esta pregunta: ¿Qué ofrenda mejor y más aceptable hay que el producto de la labor de las manos y del sudor de la frente?». Así, de veras, piensa el corazón humano y aun el ánimo religioso, pero Dios no razona así, y la fe procura ponerse de acuerdo con los pensamientos de Dios. Dios ha enseñado (lo que la fe acepta) que se necesita el sacrificio de una vida para abrir el paso hasta la presencia inmaculada. Así es que, cuando contemplamos el ministerio de nuestro Señor Jesús, vemos que, si no hubiera muerto en la cruz, todos sus servicios habrían sido inútiles para establecer en favor de la humanidad una base de comunión con Dios. Es cierto que “hacía bienes” (Hechos 10:38) durante toda su vida, empero sólo por su muerte rasgó el velo (Mateo 27:51). Continuará...

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