7- La sabiduría ecléctica Parte 4

 


7- La sabiduría ecléctica Parte 4

Dedica un momento a ver realmente

Al principio me sentí conmovido. Aquel matrimonio estaba superando algo que, a mi parecer, es una de las peores desventajas... la ceguera. Pensé en lo terrible que debía de ser aquello, pero el horror me paralizó al ver que la pareja no seguía caminando por el paso de peatones, sino que se estaba desviando en diagonal, directamente hacia el centro del cruce. Sin darse cuenta del peligro que corrían, se encaminaban directamente hacia los coches que se acercaban. Me asusté, porque no sabía si los demás conductores entendían lo que estaba sucediendo. Mientras contemplaba la escena desde la primera línea de tráfico (tenía el mejor asiento del teatro), pude ver cómo ante mis ojos se producía un milagro.

Todos los coches en todas las direcciones se detuvieron simultáneamente. Ni siquiera se oyó un grito de «¡Salid del paso!». Todo quedó inmóvil. En aquel momento pareció como si el tiempo se hubiera detenido para esa familia. Atónito, recorrí con la mirada los coches que me rodeaban, para asegurarme de que todos veíamos lo mismo. La atención de todos estaba igualmente fija en la pareja. De pronto, el conductor que estaba a mi derecha reaccionó y sacó la cabeza por la ventanilla para gritar: —¡A vuestra derecha, a vuestra derecha!

Otros se le unieron, gritando al unísono: —¡A vuestra derecha! Sin perder ni un instante su ritmo de paso, la pareja rectificó su dirección siguiendo las instrucciones de los conductores. Confiados en su bastón blanco y en las voces de los preocupados ciudadanos, llegaron al otro lado de la calle. Cuando subieron al bordillo, me sorprendió que aún siguieran cogidos del brazo. Me dejó desconcertado que sus rostros no expresaran emoción alguna y pensé que no tenían la menor idea de lo que en realidad estaba sucediendo a su alrededor, pero inmediatamente sentí los suspiros de alivio exhalados por todos los conductores que estaban detenidos en aquel cruce. Mientras recorría con la vista los coches que me rodeaban, el conductor que tenía a mi derecha articuló: —Pero... ¿ha visto usted eso? —al mismo tiempo que el de mi izquierda decía: —¡No puedo creérmelo! 

Continuará...


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