DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 27

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 27

1- DAVID ES UNGIDO REY 

Todos los vacíos que dejan en el corazón los acontecimientos humanos, pueden ser llenados solamente por el poder de la fe en estas preciosas palabras: “He provisto”. Esto realmente lo resuelve todo, seca las lágrimas, alivia los dolores, llena los vacíos. Desde el momento que el espíritu reposa en los recursos del amor de Dios, se pone fin a todas las murmuraciones. ¡Ojalá que todos podamos conocer el poder y las diversas aplicaciones de esta verdad! ¡Que podamos saber lo que es tener nuestras lágrimas enjugadas y nuestro cuerno lleno de la convicción del tierno amor, la sabiduría y los recursos de nuestro Padre! Es una bendición rara; es difícil elevarse completamente por encima de la región de los pensamientos y los sentimientos humanos. Hasta un Samuel aparece objetando el mandamiento divino, y manifestando lentitud para correr en el camino de la simple obediencia. Jehová dice: “Ve”, y Samuel responde: “¿Cómo iré?” ¡Extraña pregunta! Pero ¡qué bien muestra la condición moral del corazón humano! Samuel había estado lamentándose por Saúl, y ahora que es enviado para ungir a otro en su lugar, dice: “¿Cómo iré?” La fe jamás habla así. No hay ningún “cómo” en su vocabulario. No; tan pronto como el mandamiento divino traza la senda, la fe se apresura a emprenderla, en voluntaria obediencia y sin tener en cuenta las dificultades. 

Sin embargo, Jehová, en su bondad, viene para despejar la dificultad de su siervo: “Jehová respondió: Toma contigo una becerra de la vacada, y di: A ofrecer sacrificio a Jehová he venido” (1 Samuel 16:2). Así pues, con un sacrificio y con su cuerno lleno de aceite, sube a la ciudad de David, donde un joven desconocido y de quien ignoraba los designios de Dios para con él, apacentaba algunas ovejas en el desierto. Entre los hijos de Isaí, parece haber habido algunos bellos ejemplares de la naturaleza humana, sobre los cuales Samuel, si se hubiese dejado llevar por su propio juicio, habría fijado los ojos, para darles la corona de Israel. “Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido” (v. 6). Pero no fue así. Continuará...


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