DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 28

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 28

1- DAVID ES UNGIDO REY

 Los dones naturales y lo que llama la atención del hombre, no tienen nada que ver con la elección de Dios. Él mira lo que hay debajo de la superficie dorada de los hombres y de las cosas, y juzga todo según Sus infalibles principios. El capítulo 17 nos hace conocer algo del espíritu altivo y autosuficiente de Eliab. Pero el Señor no pone su confianza en la estatura de un hombre; Eliab no era aquel que había escogido. Es una cosa notable, en este capítulo, ver a Samuel errar tan a menudo. Su duelo por Saúl, su negativa o más bien su vacilación cuando se trata de ir a Belén a ungir a David, su error en lo tocante a Eliab, todo muestra cuán extraviado estaba de los caminos de Dios. La palabra que Jehová le envía es muy seria: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (v. 7). He aquí la gran diferencia, «la apariencia exterior», y «el corazón». Samuel mismo habría estado muy cerca de ser seducido por la primera de estas cosas, si Jehová no hubiese intervenido para enseñarle el valor de la segunda. “No mires a su parecer”. ¡Memorables palabras! 

“Entonces llamó Isaí a Abinadab, y lo hizo pasar delante de Samuel, el cual dijo: Tampoco a éste ha escogido Jehová. Hizo luego pasar Isaí a Sama. Y él dijo: Tampoco a éste ha elegido Jehová. E hizo pasar Isaí siete hijos suyos delante de Samuel; pero Samuel dijo a Isaí: Jehová no ha elegido a éstos” (v. 8-10). Así pues, la perfección de la naturaleza humana, por decirlo así, pasa delante del profeta, pero en vano; la naturaleza no puede producir nada para Dios ni para su pueblo. Y lo que es notable en todo esto, es que Isaí no piensa en absoluto en David. El joven rubio estaba en la soledad del desierto con las ovejas, y ni siquiera se le pasó por la mente a Isaí, mientras éste hacía pasar delante del profeta lo más selecto de su familia. Pero, ¡ah!, los ojos de Jehová estaban puestos en este joven olvidado, y contemplaba en él a aquel del cual, según la carne, debía venir Cristo, para ocupar el trono de David y reinar para siempre sobre la casa de Israel. Continuará...


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