DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 36

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 36

2- EL VALLE DE ELA

Saúl no habría podido hacer nada contra el gigante; los tres hijos mayores de Isaí no habían salido a su encuentro para combatir con él; más aún, Jonatán mismo se hallaba sin fuerzas; todo estaba perdido, o parecía estarlo, cuando el joven David entra en escena, revestido de la fuerza con que iba a poner en el polvo la gloria y el orgullo del feroz filisteo. Las palabras del filisteo llegan a oídos de David, y éste en seguida reconoce en ellas un blasfemo desafío al Dios viviente. “¿Quién es este filisteo incircunciso”, dice, “para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?” (1 Samuel 17:26). La fe de David ve en el ejército tembloroso que está delante de él a los escuadrones del Dios viviente, y, en seguida, reduce el hecho a una cuestión entre Jehová y los filisteos. Tenemos aquí una gran enseñanza. Ningún cambio de circunstancias puede privar a los ojos de la fe de la dignidad de que está revestido el pueblo de Dios. Este pueblo puede ser rebajado al juicio del hombre, como era el caso de Israel en esta ocasión, pero la fe jamás puede perder de vista lo que Dios le comunicó; y esta es la razón por la cual David, al ver a sus pobres hermanos desfalleciendo a los ojos de su temible enemigo, los reconoce sin embargo como aquellos con los que el Dios viviente estaba identificado y, por consiguiente, como aquellos que no debían ser desafiados por un filisteo incircunciso. 

Cuando la fe está en ejercicio, pone al alma en relación directa con la gracia y la fidelidad de Dios, y con Sus propósitos para con su pueblo. Es verdad que Israel, por su infidelidad, había atraído sobre sí toda esta dolorosa humillación; no era según el Señor que se desalentara frente a un enemigo; era el resultado de sus propios actos, y es también lo que la fe comprende y reconoce siempre. Pero para la fe permanece aún la pregunta: “¿Quién es este filisteo incircunciso?”. No es el ejército de Saúl el que ocupa las miradas del hombre de fe. No; son los escuadrones del Dios viviente: un ejército bajo el mando del mismo Jefe que había conducido sus ejércitos a través del mar Rojo, a través de aquel “desierto grande y espantoso”, y que, finalmente, los había hecho pasar el Jordán para entrar en Canaán. Eso era lo que veía la fe, lo único que podía satisfacerla. Pero ¡qué poco son comprendidos y apreciados los juicios y las acciones de la fe, cuando el estado espiritual de las almas es bajo entre el pueblo de Dios! Lo vemos en cada página de la historia de Israel y, podemos decirlo, en cada página de la historia de la Iglesia. Continuará...


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