DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 46

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 46

2- EL VALLE DE ELA

Pero, entre los millares de israelitas que habían contemplado la victoria obtenida sobre el filisteo, se encontraba uno cuya alma entera se vio cautivada de un ardiente afecto por el vencedor. El más irreflexivo no podía menos que quedar impresionado y admirado ante semejante hazaña; todos los presentes, sin duda, se vieron afectados, en distintos grados y de diferente manera. Podemos decir, en cierto sentido, que fueron “revelados los pensamientos de muchos corazones”. En algunos, puede que prevaleciera la envidia, en otros la admiración; unos se detenían en la victoria, y otros en el instrumento del que Dios se había servido, mientras que, en otros, el corazón se elevaba lleno de reconocimiento hacia “el Dios de los escuadrones de Israel”, que había venido de nuevo en medio de su pueblo con la “espada desenvainada en su mano”, contra sus enemigos. Pero había, entre todos ellos, un corazón devoto, que fue poderosamente atraído por la persona del vencedor: era Jonatán. “Aconteció que cuando él hubo acabado de hablar con Saúl, el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo” (1 Samuel 18:1). Jonatán se unía, sin duda, a la   alegría general producida por el triunfo de David; pero experimentaba más que esto. No era meramente la victoria obtenida lo que atraía los profundos y ardientes afectos de su alma, sino la persona del vencedor. Saúl mismo, movido por un interés personal, podía desear guardar al valiente David cerca de él, no por afecto, sino simplemente para vanagloriarse. Jonatán, por el contrario, amaba realmente a David, y no sin razón. David había llenado un gran vacío en su corazón, y había quitado un gran peso de su alma. Una gran necesidad había sido sentida. El desafío del gigante, que cada día repetía sin hallar respuesta, había puesto de manifiesto la extrema pobreza de Israel. El ojo, recorriendo todas las filas del ejército, había buscado en vano a alguien que diera un paso al frente para responder al orgulloso filisteo. No había nadie. Cuando las altivas palabras de Goliat se hacían oír, “todos los varones de Israel que veían aquel hombre huían de su presencia, y tenían gran temor”. “Todos” ellos, sí, todos huían cuando oían la voz y veían la prodigiosa estatura de este temible enemigo. Continuará...


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