DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 48


 DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 48

2- EL VALLE DE ELA

Allí, el hombre fuerte fue despojado de todas sus armas, y su casa saqueada. Allí, todos los derechos de la justicia fueron plenamente satisfechos, y “el acta de los decretos que había contra nosotros”, fue quitada y clavada en la cruz. Allí también, por la sangre del Cordero, las maldiciones de una ley violada fueron borradas para siempre, y los gritos de una conciencia culpable, apaciguados para siempre. “La sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19), arregló todo para el alma creyente. El pobre pecador tembloroso puede contemplar la lucha y su glorioso resultado. Puede ver todo el poder del enemigo quebrantado con un solo golpe del todopoderoso Libertador, y sentir, por ese mismo golpe, su alma liberada de toda carga. La corriente de la paz y el gozo divinos puede fluir en su corazón, y puede seguir su camino en el pleno poder de la liberación adquirida para él por la sangre de Cristo, y proclamada en el Evangelio. 

Y uno que es el objeto de tal liberación, ¿no amará a la Persona misma del Libertador? ¡Ah!, ¿cómo podría ser de otro modo? ¿Puede alguien que ha sentido la verdadera profundidad de su miseria, y gemido bajo la insoportable carga de sus pecados, dejar de amar a Aquel que satisfizo lo primero y quitó lo último? La obra de Jesús es ciertamente excelente, perfecta e infinitamente preciosa; ningún pensamiento humano podría sondear su extensión y valor. Es más, es Su obra la que, en realidad, satisface las necesidades del pecador, e introduce al alma en una posición en la cual puede contemplar su Persona, apreciarle y gozarse en ella. En una palabra, la obra del Salvador —lo que hizo y adquirió—, es para el pecador; la Persona de Cristo —lo que él es—, es para el santo.  Pero observemos bien esto. Podemos saber desarrollar con mucha exactitud la obra de Cristo para el pecador, y tener, a la vez, el corazón frío, los afectos apagados y los sentimientos muy poco desarrollados con respecto a su Persona. En el capítulo 6 del evangelio de Juan, vemos a una multitud de personas que siguen a Jesús por motivos puramente personales, de modo que se ve obligado a decirles: “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (v. 26). Continuará...


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