EL HOMBRE DE DIOS Capítulo 8

 


EL HOMBRE  DE DIOS 

“A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” 

(2 Timoteo 3:17) 

             1- EL HOMBRE NATURAL

Una naturaleza no renovada es absolutamente incapaz de ver el reino de Dios, y de entrar en él. Debe nacer “de agua y del Espíritu”, esto es, por la Palabra viva de Dios y por el Espíritu Santo. No hay ninguna otra forma de entrar en el reino. Alcanzamos el bendito reino de Dios, no mediante el mejoramiento de uno mismo, sino por un nuevo nacimiento. “Lo que es nacido de la carne, carne es”, y “la carne para nada aprovecha”, porque “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Juan 3:6; 6:63; Romanos 8:8). ¡Qué claro! ¡Qué inequívoco! ¡Qué rotundo! ¡Qué personal es todo esto! ¡Cuán sinceramente deseamos que el lector que no ha sido despertado, o que se muestra indeciso, pueda recibirlo en su corazón hoy mismo, como si fuese la única persona sobre la faz de la tierra! De nada le servirá generalizar y contentarse simplemente con decir que «todos somos pecadores». No. Es un asunto sumamente personal. “Es necesario nacer de nuevo”; y si preguntara de nuevo: “¿Cómo?”, oiga la divina respuesta de los labios del mismo Maestro: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:14-15). 

Éste es el remedio divino para un corazón quebrantado y una conciencia afligida; para todo pecador irremediablemente perdido, que merece el infierno; para todo aquel que reconoce su ruina, que confiesa sus pecados, y que se juzga a sí mismo. Toda alma cansada y cargada, agobiada por el peso de sus pecados, tiene aquí la bendita promesa de Dios. Jesús murió, para que usted pudiera vivir. Fue condenado, para que usted pudiese ser justificado. Bebió la copa de la ira, para que usted pudiera beber “la copa de la salvación”. Contémplelo colgando en una cruz por usted. Vea lo que hizo a su favor: Satisfizo todas las demandas —las infinitas y eternas demandas— del trono de Dios; cargó con todos sus pecados; llevó sobre sí todas sus culpas; lo representó delante de Dios, y puso fin a su entera condición de pecador. Vea que Su muerte expiatoria respondió perfectamente a todo lo que estaba o pudiera estar en su contra. Véalo resucitando de entre los muertos, una vez que hubo acabado todo. Véalo ascendiendo a los cielos, llevando en su divina persona las marcas de una expiación consumada. Contémplelo sentado en el trono de Dios, en el lugar más alto del poder, coronado de honra y de gloria. Crea en él, y recibirá el don de la vida eterna, el sello del Espíritu Santo y las arras de la herencia. Pasará del terreno de lo natural, a ser “un hombre en Cristo” (2 Corintios 12:2). 

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